22 de julio de 2021. Jueves.
EN SAN PEDRO DEL PINATAR, ME DETUVE, Y TOQUÉ EL SILENCIO
-Volver a San Pedro del Pinatar es como entrar en el mar, refresca. Te
sumerges, contienes el aliento, y sales moteado de gotas que mitigan el calor y
la nostalgia. Ayer tarde, volví a San Pedro con un nuevo libro: dos años de
trabajo bajo el brazo. Dos años de tachaduras, de luces, de parpadeos, de
apagones, dos años de lucha por el poema. Hasta que lo ves alumbrado,
reluciendo. Es un trabajo minucioso, de orfebre, hasta la finalización de la
rama –el verso– que conforma el esplendor del árbol. Es un acontecimiento de
belleza, de estética, que hay que labrar palabra a palabra, silencio a
silencio, como el que piensa rosas con espinas. En la soledad creativa, se
vislumbra el chispazo, la estrella que titila en las palabras, y que hay que
sacar, con pinzas de relojero, del diccionario, e instalarlas en el poema.
Ayer, en San Pedro, viví el momento dulce de oír en otra voz la bondad de la
mordedura del poema. Presentó, como siempre, feliz y generosamente, Francisco
Illán Vivas, cantó las virtudes del autor Carmen María López, recitó María José
Navarro, y concluyó, leyendo un poema dedicado a su madre, el autor, que, tras
los aplausos, se detuvo y escuchó el silencio. En su interior, donde, a veces, Diario,
suena el otro Silencio, místico e insistente, sacramental, de Dios, sólo a veces (13:10:02).
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