4 de octubre de 2021. Lunes.
IRENE, LA QUE DA LA PAZ
IRENE, LA QUE DA LA PAZ
-Viajé a San Javier a ser padrino de Irene. Irene ayer recibía el
sacramento de la confirmación. Con su hermano Mario, fue monaguilla en la
iglesia de San Blas, en Santiago de la Ribera. Irene y Saray alegraban el
altar. Ponían florecillas silvestres, bucólicas, en la liturgia que, a veces,
toca, roza el acontecer de lo sagrado. Ayer Irene era confirmada en la fe; la fe
que Dios le infundió en el bautismo, cuando aún no sabía decir «sí creo», ni
«amén», ni «gracias», ni «perdón», ni «amigo». Cuando solo alcanzaba a mirar
absorta, con el puño en la boca, lo que ocurría su alrededor. Ayer, cuando ya empieza
a conocer el significado de estas palabras, la iglesia la revistió de gracia; el
Espíritu Santo la invadió, como una gota de aceite invade el papel sobre el que
cae. Sin ruido, pero con gozo, orientando, como una brújula, su juventud. El
dedo del obispo, empapado en crisma, signó su frente con una cruz. (El crisma
es un óleo hecho con aceite y perfumes, para que, como diría San Pablo,
«desprenda el buen olor de Cristo»). Desde ayer, el buen olor de Cristo debe
ser tu estela, Irene; olor que se notará en tus buenas obras, impregnando así el
ambiente donde tú estés. ¿Mi papel? Al ir a recibir la confirmación en su fe, puse
la mano en su hombro y pronuncié su nombre; nombre que, al decirlo, parecieron
saltar palomas de mi boca, llenándolo todo de paz. Irene significa, Diario, «la
que da la paz», la que crea armonía, la que hace acorde, la que une música y gracia: el don de Dios (11:13:45)