22 de septiembre de 2021. Miércoles.
EL LLANTO
EL LLANTO
-Anteanoche tronó y la
lluvia, briosa, dio con fuerza en los cristales. Es el diálogo de la lluvia con
los cristales. La lluvia apaga fuegos; pero no volcanes. Ahí sigue el volcán de
La Palma, insistente y destructivo, inmisericorde, y, aun así, asombroso. Como asombroso
es el terror. El terror, a veces, es belleza. Aunque destruya. Y, cuando es
devastador, lloramos. El llanto va apaciguando los fuegos del alma, los va serenando,
hasta convertirlos en meditación, en un estanque de reflexión, en un simple
sollozo. En un ¡ay! íntimo, que, como la brisa, ondula la superficie del alma,
sus aguas tranquilas. Dices «¡Ay!» y entras dentro de ti, te encoges y
descubres la dimensión de tu pequeñez; pequeñez, sin embargo, «enamorada». El
ser humano, ante el desgarro de la naturaleza, se hace desgarro y llora, y,
para consolar a la inocencia, al niño, imagina. El volcán también «come
colegios». A los niños del colegio de Los Campitos, en el municipio de El Paraíso, la maestra, para consolarlos, les ha dicho que «el volcán está enfadado y tiene hambre». Es decir, la
inocencia cabe en el álbum de la tragedia, haciéndola argumento del comic que
el niño vive y lleva en su corazón. Dijo Jesús: «El que no se haga como un
niño, no entrará en el reino de los cielos». Y Azorín, el del decir pulcro y
sencillo, luminoso: «Vivir es ver volver»; y es que la vejez, Diario, es volver
a otra niñez, la que precede al irse, la que, al otro lado, se hace acogida, encuentro, con Dios: Amor. Fe cumplida (12:21:58).
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