6 de noviembre de 2021. Sábado.
¡LA LUZ!
-Anoche relampagueaba y tronaba el cielo, y una lluvia fina mojaba el
espectáculo, que no duró mucho, solo unos instantes, instantes de luz y
sombras, maravillosos. «El fuego del cielo y la noche, qué bien cuadran», me he
dicho: se apaga el cielo –el relámpago–, y la noche se encierra en sí misma, la
oscuridad se encubre en su oscuridad; se vuelve a abrir y, mientras las calles
se visten de charol, danzan las sombras y los árboles fulguran. La luz y la
noche, o los colores el pincel que los pinta. Me llamaba la atención un anciano
pintor que, en el parque, y debajo de una jacaranda en flor, pintaba retratos sin
modelo. Echaba una mirada al entorno, se concentraba, y al poco el pincel se
ponía en movimiento. Mirada, mano y pincel. Y el lienzo. Donde toda la luz se concentraba
junto a los colores que el pincel iba derramando. El pincel que ponía sombras y
claros, y deletreaba así los rasgos de las figuras que el pintor le sugería.
Sólo los días de lluvia no acudía el anciano pintor. Un día de los que me
acercaba a ver su trabajo, le pregunté por qué hacía únicamente retratos, y sin
modelo. Me contestó que «sólo pintaba recuerdos», por lo que no necesitaba
modelos. «El pintor que pinta a un modelo –me dijo– lo paraliza en el tiempo,
arrebatándole la gracia y el movimiento. Pintar los recuerdos, sin embargo, es
dar vida a lo que pintas, los gestos, las miradas, los destellos de su cuerpo que
no pasan. Yo pinto mis recuerdos para que no muera nada de lo que fue mi vida y
la de aquella persona que pinto, que detengo en el cuadro sin detenerla a ella»,
concluyó. Y, al querer saber la razón de pintar en el parque: «El pintor –me
dijo–, ¡la luz!». Y allí dejé al anciano pintor, con su mirada,
su mano, su pincel. Y su luz. Dando vida en el lienzo a sus recuerdos, que
quizá fueran recuerdos (¿y por qué no?) de todo lo que amó. Con este modo de
pintar, Diario, sin modelo, no debe ser difícil –después de orar un poco–
pintar a Dios, en su ancho, en su inabarcable Amor (17:21:21)