5 de noviembre de 2021. Viernes.
CON DIOS EN LA RETINA
CON DIOS EN LA RETINA
-Sale el sol y miro el día, y me abrigo un poco, ha empezado a notarse
el frío, el de cara de invierno, pero otoñal. Aún no es frío que hiera y
aturda, que pasme, es un frío de serenidad benigna, piadoso, que solo invita a
resguardar las manos en los bolsillos y a salir a la calle con jersey. Mientras,
dejo que vuelen imaginación y sueños –reflexiono,
cavilo ideas–, y me digo: «Se me ha dado peregrinar», y en ello estoy: en
peregrinación constante, y viviendo. Toda vida es un ir, es un dar pasos hacia
alguna parte, y todo nace de la fe y se alarga y prolonga en la esperanza. El
brote es la fe y el tallo, la esperanza. La fuente es la convicción, y el río,
el anhelo y la expectativa, lo que va surgiendo y prospera. En uno y otro caso,
todo es correr; el correr del árbol del tronco a las ramas y de éstas, a la
hoja y al fruto, hasta tocar aves y cielo. Un árbol sin cielo es como una
catedral sin rezos; la catedral no acaba en las bóvedas, sino en Dios, en el que
da –más allá de las bóvedas– la plegaria, con la que se le toca, se le invita a responder. Sin verle, yo peregrino con Dios en la retina; en la fe le veo y en
la esperanza le voy siguiendo, hasta el amor, acorde final, y hallazgo. Pero en
mi peregrinar con Dios se me harán presentes, lo sé, la tentación y la
persecución; es decir, la duda y la cruz. Siempre habrá quien me invite a
convertir las piedras en pan o a darme los reinos de este mundo, si, postrado
(¿ante qué dios: el poder, el dinero, el prestigio?), le adoro. La duda me
perseguirá, con la cruz. Pero, al fin, la duda y la cruz se tornarán certeza y
glorificación, pues como se afirma en el Libro segundo de los Macabeos: «El Señor
Dios vela», y si él vela, Diario, no tengo por qué temer ni a mí mismo ni a mis
enemigos. Y así vivo, peregrinando, batiendo alas (19:52:22).
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