22 de julio de 2022. Viernes.
ERA DE MAGDALA
-Se llamaba María
y era de Magdala, un pueblecito junto al mar de Galilea. Desde el monte de las
Bienaventuranzas se presiente a los lejos entre montañas. Allí nació María, la
de Magdala o Magdalena. La llamaron así para distinguirla de otras Marías, como
apodo, había tantas. Magdala también significa «cabello trenzado». María la del
cabello trenzado. María era como un valle sin agua, que, de pronto, encuentra
riego. Se convierte de pecadora en un jardín de amor. María Magdalena era como
el mar, llena de vida y pasiones. Hasta que un día se vio tirada en el suelo, de
rodillas, el pelo suelto y temblando, iba a ser apedreada, la habrían pillado en adulterio. A su alrededor todo
eran miradas airadas, manos amenazadoras, crispadas de piedras. Pero hay
alguien que la mira de otra manera, con un amor desinteresado, paciente,
redentor. «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra», oye decir
tras de sí; vuelve la cabeza, y ve a Jesús, de pie, sereno, sin piedra en la
mano, todo él revestido de piedad. Los que la rodean van dejando las piedras y,
dándose la vuelta, dejan solos a Jesús y a María. Entonces ésta oye a Jesús que
le dice: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella le contesta:
«Nadie, Señor». Jesús le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete, y, en adelante, no
peques más.» Porque como dijo Benedicto XVI: «A Jesús no le interesaban las almas
caídas sino las levantadas.» Y el Papa Francisco añade: «Los fariseos que
llevan a la adúltera a Jesús tenían en su corazón la corrupción de la rigidez.»
Eran duros, inflexibles, para los demás, quizá no tanto para ellos. Pero como
dice el salmo 51: «Un corazón contrito y humillado, tú, Señor, no lo desprecias.»
Y sobre todo, Diario, no desprecia el amor; un Dios que es Amor, atrae hacia sí todo lo que es amor (17:30:45).