LAS MIRADAS
-No es lo mismo vivir (pasar la vida) en un museo que en una biblioteca:
en la biblioteca reina el silencio, en el museo, las miradas; no las miradas
del que contempla el cuadro o la estatua, sino las miradas que saltan desde el cuadro
y la escultura y te siguen hasta que abandonas el museo. Son miradas vacías, neutras,
pero, por eso mismo, inquietantes; miran desde la insensibilidad y asustan como
una gota fría de agua caída en el rostro cuando duermes. He hablado de
reinar; pero lo de reinar es una hipérbole, porque en uno y otro lugar –la
biblioteca o el museo– lo que prevalece de verdad es la aguja del reloj del
tiempo parada para siempre en cada libro y en cada objeto del museo. Todo es
una estación de ferrocarril con el reloj, y los viajeros, y el humo de la
máquina parados. Todo a punto de moverse, pero sin hacerlo. En el museo y en la
biblioteca, todo parado, salvo el fluir de los pasos del conserje –pasos
cansados–, cuando limpia o coloca esto
aquí y allá lo otro; distraído, sin embargo, de lo que pueda ocurrir a su espalda. El conserje de museo no va a mirar, sino a que lo miren; lo miran los
ojos de los cuadros y las estatuas, pero, como Dios a Elías en el Horeb, sólo
deja que contemplen su espalda, nunca el rostro. El conserje de museo va y
viene con la mirada baja y jamás nadie lo ve si ríe o llora; nadie, Diario, solo su pañuelo, cuando se suena o limpia sus ojos con él (17:51:20).
No hay comentarios:
Publicar un comentario