8 de agosto de 2022. Lunes.
BARRO Y SOPLO
PUESTOS EN PIE
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Beso en piedra, en el valle de Göreme. Capadocia. Turquía. |
-Cuando le dio la facultad de hablar y de equivocarse, entonces fue
cuando Dios creó realmente al hombre. Con la palabra, el hombre podía dirigirse
a Dios, tutearle o hacerse el sordo, y, en el hecho de equivocase, se percibía
que podía ser libre y asumir así la realidad de ser imagen de su Creador. Hasta
entonces, el hombre era sólo un poco de barro y un soplo puestos en pie, o
andando apoyándose en las manos, como el mono darwiniano; es decir, era
únicamente un proyecto de imagen de Dios. Con la palabra, sin embargo, el
hombre recreó las cosas, las definió, las embelleció poniéndole adjetivos, y,
al darles nombre, tomó posesión de ellas. Una cosa sin decir, es algo que no
existe o que entra en el capítulo de lo desconocido, o del totum revolutum del montón. El montón nunca es belleza, por
desconsideración a lo individual, que es lo que adorna un conjunto. La línea,
la sombra, el matiz en pintura. Nada que sea borrón vale nada, salvo en
determinado arte moderno, así llamado por bárbaro. Aunque hay un poeta –Paul
Eluard– que afirma que «no iremos hasta el fin de uno en uno, sino de dos en
dos»; pero antes es el uno, y el uno con el uno hacen dos, y –entonces, sí–juntos hasta el fin. Como Dios: uno, y trino en el amor. Antes de que la Palabra
–la de Dios– se hiciera hombre, el hombre se había hecho palabra, y ahí, en la
palabra, fue imagen de Dios. Luego, en la Palabra, Dios se hizo evangelio,
prólogo de tierra y cielos nuevos, verdad y vida, y amor; y el hombre –también
en la palabra– se hizo profecía y poema, y reivindicación, y, dirigiéndose a
Dios, Diario, conoció la libertad y la dignidad, pues había hallado el camino
de conversar con sus semejantes y con Dios, y, así, amar: a imagen de Dios (17:26:43).