1 de agosto de
2022. Lunes.
EL LIBRO Y SU SOLEDAD
EL LIBRO Y SU SOLEDAD
-Se nos anuncia más calor, pero no más euforia. Yo
creía que el calor traía euforia, embriaguez, sosiego, y no: trae pesadez de
cuerpo y sudor ralentizado o distraído con una pajilla dándole sorbos a un
refresco. Vaso y refresco, y, en la boca, la pajilla dándole sorbos al
refresco, pero respetando el vaso; el vaso no se bebe, no se deja él. El vaso
gotea frescor, es una tormenta –lírica–, pero no se deja beber, no se prestaría
a la digestión. Es lo que sucede con un libro: lo bebes y la vaina o caparazón
(pastas, hojas, apariencia, autor) se deja para la biblioteca; el libro, si no
se lee, es libro desocupado y triste en los anaqueles de una estantería. Los únicos
seres que los visitan son la araña, la polilla escurridiza y el polvo que
sortea a la aspiradora; ah, y los dedos del bibliotecario, que, con su peso de
sabiduría, alguna vez, los muda de lugar. En la biblioteca, el libro y su
soledad, al que en verano, cuando el calor, se debiera redimir. La soledad del
libro se enmienda visitándolo, sacándolo de su ostracismo, moviendo sus hojas y
extrayéndole el jugo de gajo de naranja que conlleva su lectura. Ana Frank,
aquella muchacha judía, que, aun muriendo en el campo de concentración de
Bergen Belsen, y escribiendo su Diario se sentía libre, decía: «Las personas libres jamás podrán concebir lo que los
libros significan para quienes vivimos encerrados». La libertad y los libros: o
los pasos y el camino, la sonrisa y los labios, el silencio y la música. También
Dios escribió –inspiró– su Libro, en el que se define como el Señor
que ama; y, como dice Isaías, es agua para el sediento y pan para el
hambriento, y, Diario, todo es gratuito
(12:18:39).
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