23 de diciembre de 2013. Lunes.
MALHAYA MI MALA
PATA
Luz naciendo, en el jardín. F: FotVi |
-Ayer domingo, día
soleado y dominical, con misa. En este día litúrgico, ha habido dos colores
predominantes, uno, casi radical en esta tierra, el azul, y el otro, ocasional,
el morado; en la liturgia, último domingo de morados, o de signos para la
austeridad y la expectación, signos en todo caso del cómo será. Acaba la vigilia, la espera, el adviento, el morado, y
llega la realidad del Emmanuel; es decir, la alegría, el blanco, por el
hallazgo del Dios con nosotros, el Dios que, para elevar a todo hombre desvalido,
indefenso, escaso, a la realeza divina, se hace él parvedad, escasez, niño con
llantos. Sin demagogias y sin hipocresías, decir que Dios, en Jesús, viene a lo
más pobre, a lo más desvencijado del ser humano, a lo más oscuro, y se encarna
en ello para que lo que era tan solo vulgaridad y escoria, error humano, pueda ser
bienaventuranza, ruindad redimida y gloriosa, joya de Dios.
Día
éste de luz y palabra de Dios, con el azul y el morado como colores vivos de una
realidad, a la vez que física, espiritual. Luz y plegaria, pues, o isla de paz
en un mundo en conflicto. San Blas, isla de paz, que, sin embargo, no olvida a
ese otro mundo, donde cada día conviven la injusticia y el odio, la noche y el
espanto, la vileza y la depravación, el pecado. Y porque no olvida, San Blas y sus
habitantes (creyentes) rezan por ese mundo, y buscan, desde la humildad de lo
pequeño (la oración), humanizar lo que parece selva, caso perdido, o simple
resbalón de la conducta humana; resbalón capaz, no obstante, de ser corregido.
San
Blas, isla de paz, que, en la belleza de un poema, envía este aviso de luz al
arrepentido de haber sido oscuridad. Como el posadero aquel que no dio cobijo
en su posada al Dios que iba en el seno de una mujer nazarena, y que llamó a su
puerta. Carlos Murciano, en unos versos titulados Baladilla del posadero en Belén, se hace eco de ese pesar que causa,
a veces, el haber podido hacer el bien e irse uno, sin embargo, erradamente, por
el camino equivocado. Desde la sencillez más bella, dice así el poema:
Tan cerca como le tuve,
y dejé que se me fuera.
Malhaya la posadera.
Y eso que les vi la luz
nimbando sus sienes, pero…
Malhaya sea el posadero.
Malhaya la posadera
que me dijera que no
abriera. Malhaya yo.
Malhaya yo que les vi
la luz y no les retuve.
Tan cerca como le tuve.
Y ahora tan lejos, temblando
sobre el heno y la retama.
Malhaya mi blanda cama.
Este es el poema, Diario, hermosamente terrible; haber podido y no
haberlo hecho. Y eso que les vi la luz nimbando sus sienes…, digo yo, dices
quizás tú. Suele ocurrir: tener a Dios cerca (casi siempre en lo sencillo y
desvalido) y dejarlo ir: Malhaya mi mala pata… (18:42:06).
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