jueves, 12 de junio de 2014


12 de junio de 2014. Jueves.
NADIE IMPRESCINDIBLE
 
Gota de lluvia, en el jardín. F: FotVi
 
-Siempre hay un rey que suple a otro rey, siempre hay alguien que suple a alguien; es decir, no hay nadie imprescindible. Digo «nadie» y no «nada», pues hay algunas cosas que pudieran entrar dentro del concepto nada, y que sí son imprescindibles, como el aire que respiramos o el agua que humedece la vida. Una moneda que perdamos, no es imprescindible; pero sí lo es una última gota de agua derramada en el desierto. Recuerdo un cuento que dice que a Dios, en una ocasión, no le quedaba más que una gota de agua con que aliviar la sed del mundo, mundo en el que aún se mantenían con vida una persona y un árbol. ¿A quién doy el agua?, cuentan que dudó Dios. Si la doy al hombre, se dijo, beberá él y se acabó todo; porque, a poco, sin agua, morirá el hombre y el árbol con él. Pero si la doy al árbol, morirá el hombre y vivirá el árbol, que crecerá y llamará a la lluvia, y ésta a su vez a la vida, y la vida hará, sin duda, que surja de nuevo otro hombre. El árbol no es nadie, es nada; pero vale más que nadie, aunque no tenga alma inmortal como el hombre, que diría Platón, el filósofo. Sin nada, sin cosas, no habría nadie. Entre nadie y nada existe la diferencia de ser persona o cosa; por eso he dicho no hay «nadie imprescindible» y no «nada» imprescindible. De nadie se puede prescindir; pero no de nada, si nada es la cosa agua, como se ha dicho. Hay cosas, pues, que sí son imprescindibles, como el aire, el agua, el amor, quizá. En este caso, el rey Juan Carlos I, que entra dentro del concepto «nadie» (no porque sea nada, sino porque es alguien), no es imprescindible, como se ha visto; y por eso lo suple otro alguien con nombre y número de rey, que es Felipe VI, y que dentro de un tiempo tampoco será imprescindible. Ya antes hubo un Felipe V, llamado el Animoso, que también abdicó; aunque, por la muerte prematura de su hijo Luis I, volvió al trono en el que pereció que iba a eternizarse; hasta que lo apandó la muerte (que diría un mexicano), y lo obligó a la última y definitiva abdicación. Ayer, en las Cortes, se hizo una representación tragicómica que dio por resultado la aceptación de la abdicación del rey; y digo tragicómica, por variopinta, ilógica y desternillante. Iba a añadir esperpéntica, pero ya lo dijo Vallé Inclán, y no hay razón para insistir sobre lo mismo. En las Cortes hay de todo; hay voces (voces vascas, algunas) que adulan el asesinato como si fuera una virtud o acto de heroísmo, y hay voces que lo reprueban, como es de lógica. Los hay que se quieren ir y los que prefieren quedarse; y todos (o casi) mal hablan del vecino, si el vecino es de distinto pensar y balar. En todo caso, Diario, ayer en las Cortes, según guion y con normalidad (democrática), se parlamentó y se confirmó la abdicación de un rey para dar paso a otro; hubo, pues, palabras, algunas resbaladizas y cortantes como navajas, pero nunca hicieron que llegara la sangre verbal al río: el río revuelto de nuestra política, tan cansina, por otro lado, a veces (19:44:40).

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