7 de noviembre de 2014. Viernes.
NIEVE EN LOS
LAGOS DE PLITVICE
Lagos de Plitvice, en Croacia. F: FotVi |
-Ya he visto la nieve en los Lagos de Plitvice, Croacia. Ver lo blanco
es escalar al monte de la inocencia. O subirte al hombro de la niñez y dejarte ver
y ser como niño. Me gustaría volver a ser niño; pero con todos mis años a
cuestas. La nuez tiene cáscara, dura, rugosa, y gajo; lo que importa y
deslumbra es el gajo, como en la naranja, como en la yesca, que dentro de sí,
aunque no se la vea, guarda la llama. La cáscara carece de valor, o, a lo sumo,
sirve para henchir el fuego. Mis años -¡tantos!- son la cáscara, y el espíritu -mi
espíritu-, el gajo. Ver caer la nieve es contemplar la levedad del ser (Milan Kundera) cubriendo el poder de la
montaña; o el rendirse de la montaña a la reflexión de lo blanco. Qué bello sería
que la tierra, vista desde el allá, desde el lejano concierto de las estrellas,
continuara siendo azul, pero blancas las conciencias. Sería el milagro del azul
y lo blanco no contaminados. ¿Qué ha hecho el hombre para ennegrecer la nieve
de la niñez en su interior, tan negro a veces? Se cerró el paraíso y dejó de
nevar en el alma humana. En los otros mundos, sin embargo, sigue nevando, hay
inocencia. En el animal, en la planta, en la piedra. Aunque el poeta (irremediable
y hermosa locura del poeta) vea, a veces, arder la nieve en su interior, líricamente
iluso. «No fue un sueño, lo vi: la nieve ardía», exultaba Ángel González, Diario,
en un momento de nieve, o de pureza íntima (20:23:59).
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