1 de mayo de 2016. Domingo.
RESPIRAR ARRIBA
Sin dejar de pisar la tierra, en Éfeso. Turquía. F: FotVi |
-Llega el domingo y me digo: voy a tratar de respirar
un poco a Dios, y saco la cabeza más arriba de mí y de las cosas, e intento
inhalar a Dios desde la fe, o en la esperanza, o amando, se trata de otro aire más
sano y distinto del que se pueda respirar aquí abajo. Saco la cabeza
del agua convulsa del día a día, del tropiezo y el hallazgo, del revés y el gozo
de la idea o la palabra nueva y respiro hondo allá donde se mueven los astros y
cabalga sobre sí mismo el espacio infinito. No es que me vaya de la tierra,
sino que la elevo conmigo, hasta alzarnos y oír y sentir el clamor de lo que
vive en el más allá, quizá donde se hallan los sueños, o quién sabe si el sitio donde se toca la luz y notas que en ella arde la trascendencia. Dios -y lo que
él toca- arden como el hierro en una fragua, amorosamente, moldeándose fuego y
hierro, dándose ambos forma y belleza. Y si es fuego que arde sin consumirse, no
está mal quemarse de Dios, para iluminar así cualquier noche oscura, y sus pánicos,
y el graznido de sus silencios. El domingo, Diario, respiro arriba, y como diría
Simone Weil, lo hago para no dejar de vivir abajo, «confundiéndome con lo que aquí
vive, desapareciendo en ello, y esto con el fin de amarlo todo tal como es» (20:06:18).
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