1 de mayo de 2018. Martes.
EL
TRABAJO
Orfebrería en piedra, Los Jerónimos. Belem. Portugal. F: FotVi |
-El
trabajo y la fiesta; o el trabajo y la ceremonia. Toda acción humana tiene su
religión, con un manual de liturgia, que la hace celebrativa y ordenada.
También el trabajo. El trabajo tiene sus fieles y su sacerdocio; fieles, los
obreros, y su sacerdocio, los sindicatos. Y hoy es el día de su fiesta. A la
que la iglesia se ha unido con su propia liturgia y un obrero insigne, San José,
el que trabajaba la madera y la hacía silla para el descanso o mesa para la comida
familiar, o puerta por la que entrar y salir, y tras la que proteger la
intimidad. La intimidad, ese don de la independencia y libertad humanas, ese
don de la oscuridad iluminada. Hoy, día del trabajo, se echan a la calle los
que no trabajan, o -salvo honrosas excepciones- los que presiden y cortan la tarta.
Es decir, unos hacen el trabajo y otros la fiesta, con reivindicaciones que
suenan a verdaderas y fundadas, quizá. La liturgia exige que haya pancartas,
gritos y puños en alto. Los puños en alto son la negación de la mano abierta, del
saludo, del abrazo. Creo. Yo no digo que esté mal; solo que con el puño cerrado
es difícil liar el cigarro de las diez y media, cuando el desayuno, o escribir
una carta de amor. Yo prefiero las manos libres y abiertas, para poder estrecharlas
o poner un ladrillo aplomado, y, si estás con los hijos, echar una cometa al cielo,
para que vuele y traiga sueños insólitos y atrape al aire y lo vaya entregando
a través del hilo que lo sostiene. Yo, en el día de hoy, me quedo con José de
Nazaret y con mi padre, que fue sindicalista y, sin embargo, no dejó de
trabajar: lo hacía, Diario, hasta en invierno, con las manos agrietadas por el
uso de la cal: que quemaba y rajaba la piel, sin compasión. Lloraba de dolor y
trabajaba, y nunca lo oí maldecir, solo mirar al futuro (11:18:15).
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