jueves, 25 de noviembre de 2021

25 de noviembre de 2021. Jueves.
PARA NO OLVIDAR

Jesús, pan en la custodia, en Medjugorje. Bosnia-Herzegovina. F: FotVi

-Cuando entro en mi pequeño estudio, veo que el sol ilumina la biblioteca, lo saludo, feliz, y lo dejo estar: no molesta. Cojo uno de los libros que él toca, lo abro y leo: «La Escritura es el libro que narra unas bodas: las de Dios con su pueblo y las de Cristo con su Iglesia. La humanidad redimida celebra en la Eucaristía los esponsales con Jesucristo, el Esposo del banquete de bodas». (El camino pascual. Joseph Ratzinger). Lo que leo me hace pensar. Y me digo, es verdad: desde el principio, Dios quiere –anhela– acercarse a su creación, con la delicadeza del que acaricia, con total amor. El ser humano, sin embargo, su criatura más querida, reviste de miedos su nombre y su misma existencia. «Si pronunciamos el nombre de Dios, moriremos», decía el pueblo judío, y, entre dudas y recelos, callaba. Eran Dios y el miedo. O Dios y el oscurantismo. Escondido en una imaginería de truenos y relámpagos, Dios era la lejanía y la cólera, y, a veces, la venganza. Pero, en Jesús, Dios se hace cercanía, tan inmediata, tan visible, que se da comida, y a lo pobre; en la mesa familiar es pan y es vino, temblor celeste. Comida que alimenta el espíritu y es preámbulo –promesa– de fraternidad y santidad. En la boda de Dios con su iglesia, es este un Dios que se deja masticar y comer. Se deja gustar. Él preside la mesa y la bendición, y, tras hablar con los suyos, les da su cuerpo. En Jesucristo, Diario, Dios se hace bocado y sorbo de vida, eterna. Le doy gracias al sol que me ha hecho ver este libro casi olvidado, y escribo, para no olvidar (12:38:16).

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