1 de diciembre de 2016. Jueves.
TOCAR LA LLUVIA
Lluvia sobre la vejez, en el jardín. F: FotVi |
-Veo la lluvia, oigo la lluvia; y (como Amos Oz, en Tocar el agua, tocar el viento, su
hermosa novela), la toco. Tocar la lluvia, tocar su cuerpo, su estallante
cuerpo, su quebradizo y volátil cuerpo. Sin embargo, al tocar ella mi cuerpo,
se rompe, estalla en un cosmos de pequeños mundos que ejercen de cuerpos
celestes, y, si dan en mis ojos, me hacen ver estrellas. Estrellas fugaces,
clamorosas. Hoy llueve pausada y trabajosamente, con cuidado, no vaya a romperse
lo que acaba de empezar a reconstruirse: la luz y el gozo de remediar la tierra,
que tanto tiempo ha tenido abandonada. Como dice Isaías de Jerusalén: «Nunca más
se dirá de ti “Abandonada”, ni de tu tierra se dirá jamás “Desolada”, sino que
a ti te llamará “Mi complacencia”, y a tu tierra, “Desposada”». Ya sé: no es
para tanto; pero esta lluvia es una pequeña llama que mantiene encendida la
esperanza, la de que la tierra y el océano no mueran, que sigan alentando árboles
y plantas, y praderas en el mar. Y mientras me mojo de lluvia, contemplo la
foto de una anciana que ha cumplido años, 117. Y pienso, ¿cuántas veces habrá
regado la lluvia a esta mujer tan centenaria, tan celebrativa, tan próxima al silencio
que todo lo dice, que todo lo calla? Y, mientras veo caer la lluvia, Diario, entro
en meditación, y contemplo la otra cara oscura de la lluvia, la que devasta
regiones y, hecha río, afluencia, se va al mar, que, en definitiva -Jorge
Manrique-, es el morir (18:24:56).