14 de mayo de 2017. Domingo.
EL
VIENTRE DE LA PROFECÍA
Mirando al mundo, en Fátima. F: J. Benoliel. |
-Dos niños a los
altares, y subidos de la mano de la iglesia, no se fueran a perder. Niños
santos y, sin embargo, con cara de niños, y con un susto enorme en sus rostros.
La foto lo dice: Lucía, Francisco y Jacinta, en estado puro de inocencia, y
colocados por alguien, en un rito de recelos, para salir en la foto. Serios y con
caras de pocos amigos -más las dos niñas que Francisco-, se dejan fotografiar y
así se abren al mundo y a la historia. La pobreza -se ve tras ellos y en ellos-
los describe como niños que van a pastorear y a la escuela y que los domingos,
como se aprecia en la foto, se visten con traje de domingo. Ayer, en su
canonización, aún iban vestidos con el mismo traje, y miraban todo con ojos de
extrañeza y aturdimiento. Vieron a la Virgen y se lo dijeron al mundo, y el
mundo -en parte- los oyó. Pero no los escuchó. Como les ocurría a los antiguos
profetas, ellos hablaban, y el mundo seguía en lo suyo: en su egoísmo
materialista y destructor de todo lo que pueda ser vida y esperanza. Ayer decía
el papa Francisco: «No queremos ser una esperanza abortada». Esperanza
abortada, o muerta, antes de nacer, en el vientre de la profecía, su madre. La
profecía diciendo y, a un tiempo, muriendo. El poeta argentino Héctor Viel
Temperley decía -como podrían haber dicho los niños de Fátima-: «Soy el lugar
donde el Señor tiene la Luz que es Él». Un lugar de luz, como lo es la lámpara
que alegra la noche o el sol que pone sobre la copa de los árboles y los
tejados de las casas sus primeros parpadeos encendidos, su primer rescoldo
caliente. Los niños, Diario, luz; y el papa, en su palabra, luz; y Dios, en sus
profetas, luz. O una zarza ardiendo, que no se consume (18:50:21).