26 de julio de 2017.
Miércoles.
EL
SUDARIO
Soñando la utopía, antes del Descubrimiento. En Las Palmas. F: FotVi |
-Seguimos posmodernizándonos;
superada la modernidad, nos instalarnos en la posmodernidad, que es otro modo
de modernización, solo que líquida, frágil, maleable. Es decir, volátil,
inconsistente. Ocurre con todo proceder humano: primero, la verdad, la real;
luego la pos-verdad, o la no verdad, o la mentira envuelta en papel de celofán.
Antes la modernidad, o la era de la lógica y la razón; luego, la posmodernidad,
o la crítica del racionalismo y el culto a la individualidad, con la ausencia
de interés por el bien común. O sea: desencanto y apatía, o liberación de toda
utopía. Todo es relativo y vulnerable, dice el posmoderno, solo tiene valor el presente
y lo que se puede tocar y gozar, o consumir. Todo es un balbuceo de lo posible contra
lo imposible, y lo posible es lo que está al alcance de la mano, lo que se
puede alcanzar inmediatamente y gustarlo, saboreándolo. No hay sueños ni
utopías, dicen, sólo ojos que ven y manos que tocan, lo inmediato. Se nos ha
dicho que el futuro está en el viento de la utopía, del ensueño. Hay quien no acepta
este modo de pensar. Pero los hay que sueñan con volar por cielos imposibles,
intocables, donde esperan hallar el porvenir y nubes que puedan venderse como ocurre
en el cuento de Elena Poniatowska. Y mientras, en Estrasburgo, un bebé va a
morir, en contra del criterio de sus padres, que no pueden decidir ni cuándo ni
dónde dejará de existir su hijo. Se les irá de las manos, como un maravilloso
sueño, donde acampan las estrellas. Posmodernizados, pues, Diario; o prohibido
soñar y poder tocar la trascendencia, su sensible y mística piel, tan
deteriorada en estos tiempos. Es el drama -como un sudario- de nuestro tiempo:
el tuyo y el mío, el de todos (11:44:41).