5 de septiembre de 2021. Domingo.
UNA PEQUEÑA CAPILLA
UNA PEQUEÑA CAPILLA
-Hoy, como cada domingo, celebro misa. Misa humilde, no en el contenido,
sino en el escenario. El contenido es resplandor, gracia, Cristo que se da, se
comulga muerte y resurrección, aleluya trepidante; en nuestras bocas, tajada
celestial. Un poco de pan –cuerpo– y un algo de vino –sangre. Lo que se ofrece
en la mesa del pobre. Y, además, las miradas. Y, tras las mascarillas, los
labios, trémulos. Y el corazón, a punto de estallar de amor y ser amado. Eso es
la Eucaristía. El contenido es excelsitud, grandeza tímida, dádiva contenida, que
santifica. Y el escenario, una pequeña capilla, sin grandes lujos, pero toda ella
hecha vidriera y murmullos sacerdotales, hermosos; y una Virgen con un Niño en
brazos, en actitud de ofrecérnoslo: «Tomad y sostenedlo conmigo», parece
decirnos; y el sagrario, donde vive, limitado de espacio, pero vivo, Cristo,
viático de urgencia, lucecita encendida de presencia. Ahí asistimos, animados
de vejez, cinco curas que concelebran conmigo; y el que canta, que pone oración
donde la música pone corcheas, para así alegrar la liturgia, y, cantando, como dijera
San Agustín, orar dos veces. Aunque nuestra vejez también es oración; es decir,
que, cantando, oramos tres veces: la letra, la música del canto y la vejez, un
trébol de oración de tres hojas, que Dios debe escuchar, absorto, embebido. La
vejez, Diario, debilita, pero, en la oración, regurgita juventud, que, con
mascarilla, aplaude plegarias y hace botellones pacíficos con Dios, y con la
iglesia, la joya de la corona de la divinidad en la tierra (11:51:10)