4 de septiembre de 2021. Sábado.
CONSOLACIÓN, EN MOLINA
CONSOLACIÓN, EN MOLINA
-Salgo de la noche y me enfrento al día, como cada amanecer. La
esperanza bate alas ante mis ojos, como un ave del paraíso. Me aferro a la
esperanza: es lo primero que rezo. La esperanza nunca defrauda, siempre espera
que llegue el momento de la consolación, del bálsamo. «Nunca dejes de esperar»,
me decía mi madre, mientras le daba a la escoba, abrillantando de limpieza la
limpieza de la casa. Aquella casa, en Molina de Segura, Bailén 19. Piso de
yeso, que, sin embargo, brillaba de pulcritud. Las tres tinajas a la izquierda,
en la entrada, como un remanso de paz y frescor. Tres pequeños embalses en casa. Hoy Molina celebra el día de
su patrona, la Virgen de la Consolación. Día de la onomástica de mi hermana
Consuelo, de mis dos abuelas, paterna y materna, y de tantas otras personas que
llevan este nombre de amor y nostalgias. A veces, la fe nace del nombre, alguien
se llama Consolación, la siente como consuelo de su vida, y se hace devota –plegaria–
de la Virgen. Me consuela pensar que hay gente que se siente consolada. En este
tiempo de desgarros, de incertidumbres, de inmenso sufrimiento en tantos lugares, hallar
una Madre y un Niño que te den la mano y te hagan andar –desde la fe–, es
encomiable y prodigioso. Es la pequeña encarnación de Dios en la necesidad. La
devoción es esto: creer en alguien y confiar en él; en Ella. Hoy, Diario,
felicito a mi hermana Consuelo, la de los grandes ojos, que desde allí –desde
el lado de Dios–, me debe estar mirando, y confortándome, y recomendándome lo de madre: «Hermano
querido, nunca dejes de esperar» (11:38:02)
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