29 de agosto de 202. Domingo.
LA TRASCENDENCIA
LA TRASCENDENCIA
-Muy de mañana, saludo al domingo, el último de agosto, y con él,
celebro a Dios. Es un modo de alegrar la vida, de llenar de altura los
pensamientos. Celebrar a Dios es vestirte de trascendencia, de un más allá no
muy lejano; de un más allá, que, si buscas, lo hallas aquí. Aquí está todo lo
que encontrarás allí, solo que revestido de preceptos de Dios. Dios manda amar;
pero no ordena. «Ama a Dios», dice el mandamiento. Amar a Dios es algo que
debes hacer allá, pero ejercitándote acá. Si amas a Dios ahora, estás viviendo
la trascendencia que vivirás allí, cuando caigas en el ámbito de la divinidad. Se
pregunta hoy la iglesia en el salmo de la misa: «Señor, ¿quién puede hospedarse
en tu tienda?» «En tu tienda», es decir, allí donde tú habitas, donde haces tu
vida divina. Es una pregunta urgente, decisiva. ¿Quién puede estar contigo? Y
contesta –con aspergios de arpa– el salmista: «El que procede honradamente / y
practica la justicia… El que no hace mal a su prójimo / ni difama al vecino…». Si
haces esto aquí, dice el Señor, estarás allí conmigo, gozándote en mi Amor.
Viviendo la trascendencia, en la que te has ejercitado aquí, quizá con
angustia y lágrimas, pero libre y sin ataduras, inmerso –allí y aquí– en Dios,
el sumo Bien, al que, como dice San Agustín, Diario, todo humano aspira (12:08:26).
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