11 de agosto de 2021. Miércoles.
LÁGRIMAS
LÁGRIMAS
-Lágrimas, sonarse, la pela: el llanto de Messi. En el tiempo de las
Perseidas –lágrimas de San Lorenzo– no está de más llorar un poco, aunque sea
parte del atrezo de una ópera bufa. En época de mentiras, llorar porque así lo
exige el guion, es un detalle –pincelada– de buen actor, o de mal actor que
rebosa. Se trata de ridiculizar la vida que nos rodea, y hacer que el
espectador se ría de sus mismas excentricidades. Messi lloraba –¿tanto como
cuando nació?–, lloraba porque dejaba un club de fútbol que le había pagado por
ser –dicen– un best seller del gol. En total, en el Barҫa, 672 goles.
Aproximadamente, a millón de euros por gol. El llanto, ese trazo de buen actor,
se trasformó, de comisura a comisura, en risa nada más llegar a París. Otra
lluvia de millones, y a reír; aprenderá francés, cosa que no hizo con el
catalán, y se dejará aclamar por la multitud, que así podrá aplaudir, en él, sus
frustraciones y carencias, o sus éxitos. Los héroes del ocio derrotan a los héroes de la ciencia. Ejemplo: Alexander Fleming. ¿Quién se acuerda de él, salvo los
científicos y algún despistado del montón ciudadano? Inventó la penicilina y
salvó muchas vidas. Messi, en el PSG, quizá salve a otros –cada día de fútbol– de
sus pequeños reveses, y los eleve a la categoría de hinchas –fanáticos– de algo
tan intranscendente y pedestre como es el fútbol. Gusto por el fútbol que yo llevo
también conmigo, Diario, como una carga estúpida y penosa; carga que, como hago
con el covid 19, trataré de lavar con lejía, para apartarla de mí y que no ocupe
lugar y tiempo en mi cabeza, donde nacen –bello e inagotable manantial– las ideas (11:53:57).
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