BELLEZA DEL ROSTRO HUMANO
-Es éste un abril de cenizas que muchas mañanas aparece teñido de gris, y no deja al sol campar a sus anchas. El sol se lía entre nubes y permanece cubierto por ligeros edredones de niebla. Leo la prensa y lo que nos cuenta da para el llanto y para la sonrisa. Para la ternura y la sonrisa el lance de los dos bebés que escapan de la guardería en una moto de juguete y recorren 300 metros, jugando, inconscientes, con el ángel de la guarda y el peligro. Felizmente, vence el ángel de la guarda, y, salvo el susto de los mayores, atónitos por la hazaña, quedan la risa de los bebés, traviesos y aventureros, y el angustia del ángel que, con el dorso de la mano, se limpia, estremecido, el sudor frío de la frente. Por contra: la pavorosa noticia de Mariupol, Ucrania, en la que encuentran 9.000 civiles inhumados en más de 200 fosas comunes, tras los desmanes rusos. La guerra mata y abre fosas, y destroza ilusiones. Dijo el Papa Francisco en Malta: «Y mientras algún poderoso, tristemente encerrado en anacrónicas pretensiones nacionalistas, fomenta y provoca conflictos, la gente de a pie advierte la necesidad de construir un futuro que, o será juntos, o no será». Y añadió el Papa: «Es urgente devolver la belleza al rostro del hombre, desfigurado por la guerra». La guerra es fea, es devastación, ruina inmensa, injusticia; la paz, por el contrario, es luz en los ojos, sueños de progreso, felicidad de los niños, fiesta de la humanidad. Esforzándonos por conseguirlo, Diario, digamos con el Papa: «En la noche de la guerra, soñemos con la paz». De este modo, al despertar, contemplaremos en nuestros ojos palomas de bondad y no aves carroñeras picoteando, sin mesura, en nuestros propios despojos sacrificados, pues la guerra destruye todo, aun a aquél –a ti– que no desea la guerra (18:32:21).