15 de abril de 2022. Viernes,
LA GRAN
TRISTEZA
Amanecer de Viernes Santo, triste, en Murcia. Casa sacerdotal. |
-Dice el evangelista (o cronista) San Marcos que, un día como ayer,
Jesús y sus discípulos fueron a una finca llamada Getsemaní (“molino de
aceite”) a hacer lo que Jesús solía: a orar. Y se llevó aparte consigo a Pedro,
a Santiago y a Juan, y les dijo: «Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.»
Morir de tristeza; o morir de dudas y abatimiento, en una infinita soledad.
Morir sin nada a lo que poder agarrarse, desafiando incluso a la esperanza.
Porque la tristeza ya es una muerte en sí misma; morir en la tristeza es morir
en el mar infinito de todas las angustias. Es morir en el mismo terror de la muerte.
Jesús, en este caso, revela su estado de ánimo: antes de la muerte en cruz, ya
ha muerto en el miedo a morir y en la zozobra del preguntarse y todo esto para
qué. Morir, bueno; ¿pero hay una razón para morir? Por eso Jesús clama: «¡Abba!
(que significa: «Padre»), aparta de mí este cáliz.» Es decir, esta muerte del
miedo a morir que ya es muerte, esta bebida de tormento que es la espera, esta
borrachera de amargura de la que ya hablara el profeta Ezequiel. «Te
emborracharás de amargura.» (Ez 23, 33). «Pero no se haga lo que yo quiero,
sino lo que tú quieres.» Y se hace lo que Dios quiere: sucede la muerte en cruz: donde se
dan cita todas las angustias y miedos, todas las zozobras, las dudas, las
injusticias de la humanidad, y la misma muerte, para ser en ella, en la cruz, gloriosa
redención. En la cruz, Diario, muere el miedo a morir, y hasta el mismo morir –la
gran tristeza– se hace Vida, resurrección (12:38:28).
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