7 de abril de 2022. Jueves.
EL HOGAR
EL HOGAR
-Ajetreo, locura hermosa de palomas en el cielo. Sin brújula. «Hace sol»,
se dirán, y celebran su belleza con la belleza de sus alas desplegadas. Vuelan
en racimo, o de dos en dos, como mandan los cánones en primavera. Es tiempo
de seducir. La primavera reanima el alma, y, como al árbol, la
hace florecer. Leí ayer en La Razón al periodista Abel Hernández que escribía: «La
casa era el lugar donde alguien nos esperaba siempre: la casa, más que la
infancia, es nuestra patria». Recuerdo las tres pequeñas y entrañables casas, en
las que se fue haciendo mi infancia, hasta saltar a la adolescencia y luego a
la juventud. Calle Honda, calle Rambla y Bailén. En Molina. Pero la de la calle Bailén es la que más huella dejó en mí; fue en la que aprendí a ser
responsable, a saber lo que es amar, rezar, tener amigos, poseer y guardar
libros, libros que abría con devoción y asombro, y a dar los pasos más íntimos
e importantes, decisivos, de mi vida. En ella
tomé conciencia de lo que es una familia, un hogar, lugar al que siempre se desea
volver. Era una casa humilde, blanca de cal, hermosa y tierna, en la que vivía
con mis primeros afectos: mis padres, mis hermanos, mis risas, mis llantos, mis
silencios, mis balbuceos de servicio. Ahora puedo decir que aquella casa –cuatro
paredes, unas escaleras y un tejado, unas voces, las de madre y padre, la risa
y el llanto de mis hermanos, mis sueños–, era mi hogar: allí latía y estaba mi
corazón. Allí empecé a amar y a sentirme amado, a ser persona con defectos y
alguna virtud, allí tuve conciencia de lo que es ser humanidad. Cuando veo a personas salir de sus casas a causa de las guerras,
acontecimientos adversos, o simplemente con sueños de progreso, me suelo preguntar
dónde encontrarán su nuevo hogar, dónde podrán dejar descansar su corazón y cesar en su huida. Y no se me ocurre otra cosa que
rezar, y ahí, Diario, me late la esperanza, porque pienso que en la soledad Dios acompaña siempre; comprobado: es el amigo fiel (18:36:54).
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