3 de marzo de 2015. Martes.
BARBARIE
Emoción estética, en el valle de Göreme, Capadocia. Turquía. F: FotVi |
-Hace años -51, creo, y con don Emeterio, Álvaro y Manolo de lujosa
compañía- visité el Museo Arqueológico Nacional de Atenas y de entre las
felices y múltiples impresiones estéticas y espirituales que experimenté, una
de ellas fue percibir el silencio que casi llegaba a tocarse en aquel templo de
belleza e historia, en aquel templo de dioses, que, ya caídos, todavía imponían,
como si aún permanecieran en pie en la fe que los inspiró y que los hizo arte.
En silencio, se miraba el arte y se sentía la historia. Era mirar en contemplación,
en éxtasis, la belleza. La contemplación de la belleza, que, como diría
Unamuno, nos debe llevar a ser mejores. Todavía recuerdo la sonrisa estática
del Kurós del periodo arcaico, o la majestuosidad de la estatua de Zeus, o la actitud
pensativa de la máscara de oro de Agamenón, o el vuelo a caballo del jinete del
cabo Artemisio. Recordar la emoción es vivir dos veces aquello que te sedujo y
te hizo ver las cosas con el asombro de un niño, y que, en el contemplar y el
sentir, va haciendo crecer en uno la devoción por lo bello inmaterial, por lo
que es hermoso gozo del espíritu y que no puede comprarse con nada de este
mundo. Hoy, al cabo de los años, vuelvo a sentir esta misma emoción, pero por motivos
diferentes. Negativamente emocionado por el derribo y destrucción de arte
milenario (piezas de los siglos VII y VIII a. C.) en el Museo Histórico de
Mosul. Y los que esto hacen, son yihadistas del llamado Estado Islámico y
secuestran y matan y destruyen libros y objetos de arte en nombre del profeta.
«El profeta -dicen- nos ordenó deshacernos de estatuas y reliquias», y es lo que
hacen. Aquí sí que se puede hablar de «obediencia ciega»; o de cegados por la
obediencia. Mas si se ahonda en la cuestión, al fin todo son intereses; por lo
que podría hablarse de «obediencia ciega», interesada: petróleo, poder, dominio
de conciencias, exterminio del enemigo… Y añado yo: y todo para morirse. Pero
ahí estamos: en la única emoción posible en estos casos, que es la de sentirse
abatido (descorazonado) por tanta barbarie. Y todo, producto del odio. Hace 51
años, me emocionó el silencio con que se contemplaban los tesoros irrepetibles del
Museo de Atenas; hoy la emoción me viene, Diario, por el golpeteo ensordecedor de
los martillos en el arte y la gloria de la piedra que es vapuleada y demolida
(se ha roto el silencio, la unción de la contemplación) con la saña de lo ilógico
e insensato, de lo pavorosamente demoníaco (19:13:29).