8 de mayo de 2015. Viernes.
LA FIEBRE DEL
VOTO
Pensando si dar su voto o no, en las Salinas. San Pedro del Pinatar, F: FotVi |
-Yo, ciudadano olvidado (y libre) del mundo, me siento de pronto
solicitado, exigido con furia, me necesitan. Si fuera un bebé o una abuelita, digna
de cuento de Caperucita, se llegarían y me besarían, y, si trabajador de azada
o de andamio, me darían palmaditas en la espalda, sin romperme: se mancharían. Se
llamó la fiebre del oro (California, mediados del siglo XIX), a aquella locura (sueño)
de arañar en la orilla de los ríos para dar con el preciado metal, símbolo de la
riqueza (y del poder bancario). El metal de corazón de sol, que dijo el poeta.
Pues, así como entonces fue la fiebre del oro (y no del moro), ahora es tiempo
de la fiebre del voto. «¡Dame tu voto, por favor!», me lloran. Unos y otros,
como hienas. Se llaman políticos, y medran en la cosa pública, mordisqueando
acá y acullá. Todos somos pecadores, pero los hay entre ellos, los políticos,
que además roban. Y como tú, y usted, y el delfín que salta para tocar el cielo
(¡ay, casi lo ha tocado!) y el oso perezoso (el Milursus Ursinus, es un decir) y
la letra k de mi DNI, pecamos de ingenuos, cada vez, cuando toca, los políticos
nos piden, además, nuestro voto; no les basta con lo que nos detraen por otros
conceptos, como por el hecho de respirar o de contemplar febriles el paisaje, o
echarles migajas de luz (de pan) a las palomas en el parque. (Sin ir más lejos,
en Torre de la Horadada -Ayuntamiento de Pilar de lo mismo, city-, he de pagar
por pisar la baldosa de entrada a casa, y cada año ocurrirá lo mismo: 25 euros.
O pago 25 euros o he de saltar si deseo acceder a casa; la baldosa es sagrada y
no se pisa). Pues, no, me he dicho. Mi voto tiene un valor, y ya jamás lo daré
gratis; y no me valen promesas. ¿Quién da más por mi voto, por escrito? Lo
vendo sólo por un poco de honradez y un mucho de respeto, por escrito. Y, por
favor, no me den palmaditas en la espalda, pueden manchar sus costosos trajes con
mi yeso de hijo de albañil. Y, como dijo el poeta argentino Héctor Viel Temperley en un
verso largo y terrible: «Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos
que ha perdido». Que todo calle y escuche, y no pisen el silencio, Diario, ni
en tiempo de elecciones, por favor (19:34:24).