21 de abril de 2015. Martes.
LA ESCUELA
El mar, en la mar.. F: FotVi |
-La escuela; y un niño (13 años), que mata. Vamos de tragedia en
tragedia, o el juego de la oca de la impiedad y de la muerte. Título: Sociedad
(la nuestra) herida de muerte. A cada tragedia, sucede la lógica y nerviosa conmoción
o sacudida social inmediata. Pero la vibración, el temblor horrorizado que
causa la tragedia, sólo dura mientras nos alcanza el miedo; luego, pasada la página,
la del olvido, se decide no hacer nada; o seguir viviendo en los mismos egoísmos
y errores que fueron origen de la tragedia. Sostenía Alexis Carrel (médico y Premio
Nobel francés) la imposibilidad de «educar niños al por mayor». Aulas
atestadas, donde por lo visto se contagia todo (parásitos, insolencia, acoso), menos
la sabiduría y la insustituible otra ciencia de la instrucción en los bienes éticos
y sociales, que apenas se estilan. La ciencia suele llegar a causa del
profesor, pero no la desfachatez y la necedad, y el dislate moral en aulas con
una selva dentro, cargadas de electricidad maleducada. Seguía el Nobel francés:
«La escuela no puede ser el sustituto de la educación individual». La escuela
no puede sustituir en la formación del niño a la familia, donde el niño es más
uno, más él, más centro de atención, con nombre y apellidos propios, exclusivo.
Sin mimos, el niño, en la familia, debe sentir más cerca el amor, la piedad, la
palabra que ayuda, el gesto amable y también la corrección serena, la dulce, pero
eficaz, enmienda. Luego la escuela completa, ordena el puzle, hace la maravilla;
es decir, acaba al hombre. En su obra El
libro de los abrazos, Eduardo Galeano narra la historia de un padre (Santiago
Kovadloff) que lleva a su hijo Diego a descubrir la mar. Y «después de mucho
caminar -cuenta-, la mar estallo ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la
mar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió
hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre; -¡Ayúdame a mirar!» La escuela de la mar estaba allí, tendida, dilatada,
voceando belleza; pero quien podía ayudar a mirarla, a llevar la mar a los ojos
del niño, a hacerle saber su hermosura, Diario, era el padre, y nadie más; o
alguien como el padre (20:38:34).
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