13 de abril de 2015. Lunes.
METERSE EN
LÍOS
Iglesia bizantina, en el Valle de Göreme. Capadocia. Turquía. F: FotVi |
-Libre de escorpiones en el vientre, ya hoy me siento más liberado. De
la noche de ayer a la de antes de ayer, va un mundo. Un mundo feliz, que diría Aldous
Huxley. Ayer, atado al vientre, a sus enigmas gástricos, a sus intempestivos
sobresaltos nocturnos; y hoy, libre, por fin. Cuando se sale de cualquier
esclavitud, aunque sea biológica, la libertad es más conmovedora, más bella y expresiva,
más aleteo de ave, sabe mejor. Opto, pues, por la libertad, mi libertad, toda
libertad, la que nos damos unos a otros, y que a veces nos usurpamos. La
libertad de los que hablan y dicen lo que sienten, sin filtros ni eufemismos
que hagan parecer armonioso lo que es infame. Ejemplo: el papa Francisco denunciando
el genocidio armenio en el siglo pasado. Un millón de muertos, y, tras un
siglo, un silencio de tumba por respuesta. Hasta que, al cabo del tiempo y
desde la libertad, se deja oír una voz que parece clamar en el desierto. Pero
que, no obstante, clama y, como la del Bautista, quizá llegue a oírse, aunque
le cueste la cabeza, en la casa del rey. En un diario, El Confidencial (que parece serio), se lee: «El Papa se mete en
líos: un sermón sobre el genocidio armenio enfurece a Turquía». Este diario
considera que decir o denunciar la verdad es «meterse en líos»; por lo que la
conclusión salta a la vista: olvídese de la verdad, le puede hacer meterse en
líos, mejor dejar que el fuego arrase el bosque. No importa que el «lío» signifique
denunciar una injusticia, que perdura, impune, en el tiempo; no hay que meterse
en líos. Y todo, porque los pequeños dioses del gran país que es Turquía, ante
la denuncia, se han enfurecido. Ocurrió hace un siglo y se han enfurecido
ahora, sin arrepentimiento en el intermedio. El Papa señaló, sin embargo, que «es
necesario recordar. Es más, es un deber, pues donde la memoria no vive, el mal
mantiene abierta siempre la herida». Y las heridas suelen cicatrizar con el
recuerdo y el dulcísimo azúcar del perdón, que, disuelto en el café amargo (y
hermoso) de la vida, Diario, hasta puede acabar por endulzarlo, quizá (21:05:27).
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