20 de septiembre de
2017. Miércoles.
¿ESPECIE
MALDITA?
Bicicleta varada, en Murcia. F: FotVi |
-Idos los calores, vuelvo
a caminar por la ciudad como perdido, dando la sensación de no saber dónde
estoy ni qué busco, cosa que me causa un placer inmenso. Me detengo y miro una
flor caída de la jacaranda, humildemente azul, como una pequeña exclamación del mar en la
acera, me digo. Nostalgia del mar y sus lamentos. Y sigo, con la mirada intensa,
mirándolo todo: el río, con su agua plana, inmóvil. Su agua turbia, con una palidez
de trigo seco. No me recuerda al mar, sino la abrupta sequedad del campo, su
agrietado modo de anhelar la lluvia. Los cisnes y patos, en la sombra, bajo el
puente; todavía el calor es notorio, aunque menos. Y llegado a casa, el golpe al
espíritu de casi todos los días, o el caos de la tragedia insaciable: la
dentellada del terremoto en México o la furia del viento en el Caribe. Todo es un
amasijo de adversidades, como si fuésemos haciendo equilibrios en el alambre
del peligro sobre el abismo, y en el que a veces caemos. A lo mejor tiene razón
Ciarán, filósofo rumano, cuando dice que «el ser humano es una especie maldita».
Y maldita, porque piensa, y así conoce lo que le espera al final, la muerte, o
el ángel caído sin alas, sin vuelos. Pero, no. Precisamente porque piensa, porque
razona, va más allá de la daga del dolor, de la cuchillada de cada día, y se
pone en camino hacia otra dimensión liberadora, también humana, pero más sutil.
Estoy con Karl Rahner, que destaca «la solidaridad de Dios con el mundo», su
abrazo al que sufre, su sollozo por todo lo que es herida y angustia, cruz. Y
aquí cerca, el otro seísmo: el que se está produciendo en Cataluña, que amenaza,
entre escombros de democracia y pancartas como tiros, con sepultarlo todo. Pero,
mientras se afianza la locura, yo, Diario, rezo y callo, otro modo de hacer la
guerra a los que gritan mucho y lanzan palabras como venablos; palabras que, a
veces, dan en el blanco y lastiman, aunque no maten, aún (18:25:22).