24 de junio de 2018.
Domingo.
LA JAULA
Entre rejas, en las Salinas. San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Nada
más despertar, pienso: «En realidad, ¿soy libre?». Vengo de un sueño sombrío:
toda la noche he estado luchando por salir de una jaula de recios barrotes. Al
intentarlo, me enredaba en ella como en una malla de acero, entonces se volvía flexible,
amenazante. Al poco, cuando los barrotes me habían vencido, volvían a ser de
acero duro e intransigente, y yo, un tigre sometido, enjaulado. Quizá fuera
porque acababa de leer el poema de Borges El
oro de los tigres. Que dice: «Hasta la hora del ocaso amarillo / cuántas
veces habré mirado / al poderoso tigre de Bengala / ir y venir por el
predestinado camino / detrás de los barrotes de hierro / sin sospechar que eran
su cárcel». El amarillo era el color que Borges, en casi su total ceguera -otro
modo de esclavitud-, aún distinguía, podía ver. En esta velada siniestra, pues,
parece que me he metido en la piel amarilla del tigre y me he visto encerrado
dramáticamente en una jaula. La jaula de la sociedad en la que me ha tocado
vivir. Una sociedad llena de barrotes, de cosas superfluas, que me cercan: el
qué dirán, las infinitas clases de miedos, desde la vejez al de tener que
vestir de esta u otra manera, el no poder gritar de placer ante algo bello, la
televisión, el no tener valor para decir no me gusta esta novela o aquel
poemario, porque la mayoría, aunque mientan, comentan que les gusta, como decir
que -a mis años- sigo leyendo Rayuela,
de Cortázar, todavía, o el Ulises de
Joyce, todavía, sin haberlos podido terminar aún, la celda muchas veces infecta
de internet, tantas cosas, Diario… ¿Soy libre, pues? Espero que esta noche no me
siga cercando la pesadilla, que no me persiga la jaula, que respete mi sueño,
añoso, pero reparador (18:41:48).