6 de septiembre de
2018. Jueves.
Y ALLÍ SE
MARAVILLÓ
Subir al cielo, en Estambul. Santa Sofía. Turquía. F: FotVi |
-Me
gusta -y mucho- un cuento de Galeano, titulado El Mundo, y recogido en El
libro de los abrazos. Él escribe palabras escuetas y tú imaginas. Cuenta
«que un hombre de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo». O sea,
se elevó mucho, pasó las nubes, las estrellas, y cayó rodando en un mundo de
portento, cayó en el mundo de su imaginación, de sus ensueños. Y allí se
maravilló. Y, como del cielo se puede volver, sigue: «A la vuelta contó. Dijo
que había contemplado, desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de
fueguecitos. El mundo es eso -reveló-
un montón de gente, un mar de fueguecitos».
Y es que los fueguecitos del alma y de la mente se ven desde el cielo, en las
noches más íntimas, cuando miras las cosas sin ira. Y los destellos que cada
ser lleva como poeta del vivir y el soñar, utópicos. Porque «cada persona
-dice- brilla con luz propia entre todas las demás». Esa luz que se llama con
tu nombre y que te dice, y te distingue como un fueguecito allá donde estés y desde donde te miren. Y hay fuegos de
todos los tamaños y de todos los colores, y fuegos serenos, y locos, «que
llenan el aire de chispas». Pero hay otros «con tanta pasión que no se puede mirarlos
sin parpadear, y quien se acerca se enciende». Parpadear, para creerte lo que
ves, o iluminarte con lo que ves; pues, al mirar, Diario, quedas encendido de
amor por todo lo que brilla a tu alrededor, aunque no sea incendio y sí
luciérnaga, o pequeña chispa de espíritu, que así llamo yo a esos fueguecitos o
esquirlas de lumbre (13:19:09).