26 de agosto de
2018. Domingo.
ESTUCHE
DEL ESPÍRITU
Con la Palabra en los brazos, Catedral de Colonia. Alemania. F; FotVi |
-En el
evangelio de hoy -liturgia de la misa- Jesús habla de carne y espíritu, y de la
palabra, que es espíritu y vida. Mientras dura, la carne es apariencia; después
es solo bazofia y esqueleto, limpia, monda dormición ósea caduca; o esqueleto
respetado solo por haber sido antes el armazón sobre el que se ha sostenido erguida
la persona. El cuerpo, pues, es solo estuche del espíritu, concha de la
perla. Jesús había dicho: «Yo soy el pan de vida»; y más adelante: «El pan que
yo daré es mi carne, para la vida del mundo». Y hubo escándalo. Porque «¿cómo puede
darnos a comer éste su carne?», y se alejaban de Jesús: era demasiado grosero
lo que estaban oyendo. Pero ante la increencia de tantos, Jesús dijo: «Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida». Las palabras, lo que nace del
espíritu y no de la carne, la inmaterialidad, el soplo que lleva a Dios en sus entrañas
y que nos alienta, las que salvan. Es por lo que, ante la pregunta de Jesús: «¿También
vosotros queréis marcharos?», Pedro, tocado por el Espíritu de Dios, él que es
roca, contesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir?» Acudir a otro es
desvalimiento, soledad, abismal silencio. Sin Jesús, se acaban las palabras que
confortan y dan vida, que nutren el espíritu. «Tú tienes palabras de vida
eterna», dice, y da, Diario, la más bella definición de las palabras de Jesús y
el modo de ir, sin dar tumbos, por la vida, dejándose llevar por el Espíritu de
Dios, sin otras alas ni artilugio que la fe (18:29:32).
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