23 de abril de 2019. Martes.
LOS LIBROS VEN Y
OYEN
El Santuario de los libros, en Madrid. F: FotVi |
-Me he acercado a la pequeña biblioteca que preside
mi estudio y, con la humildad y la reverencia del lector, he ido tocando y
saludando uno por uno a mis amigos los libros. Desde El Quijote a Platero,
desde el Diccionario Latino-Español a
La Eneida, desde Los Evangelios Apócrifos al ¿Existe
Dios? de H. Küng. Y de todos he recibido la misma respuesta: «Gracias por
recordarme que existo». Porque los libros, en una estantería, si no se lo
visita alguna vez, se mueren de soledad, como el anciano en una de esas residencias de descarte. Amar los libros, hasta contarle tus preocupaciones y tus sueños. Los
libros, además de decir, escuchan, sienten. He ahí la almendra de la cuestión. El
libro no es algo hermético, no es clausura, sino algo abierto y con vuelos. Como
el gallo de la veleta del pueblo de Alfanhuí, que una noche se bajó del tejado
y se fue a las piedras a cazar lagartos y los ponía a secar al sol. Desnudos y
muertos de vergüenza. Pero más muertos que desnudos. Esta mañana, despacio, con
mucho amor en mis dedos, con delicadeza de nieve, he ido tocando todos mis
libros, solo tocarlos, y he sentido que respiraban, y, en su lenguaje de libro
de estantería, con polvo en su voz, he oído que me decían: «Gracias». Y yo,
volviéndome, les he respondido: «Gracias a vosotros, mis amigos». Y, de este
modo tan sencillo y verdadero, he celebrado yo, Diario, el día del libro. También
he escuchado a Ida Vitale, poeta, decir su hermoso discurso en el día en que recogía
el Premio Cervantes de Literatura. Un bello día, Diario: para enmarcar (18:57:41).