2 de abril de 2019. Martes.
SÁNCHEZ FERLOSIO
Sin perder su belleza, lo viejo muere. Casa Sacerdotal. Murcia. F: FotVi |
-Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio y ha nacido la
alabanza y el ditirambo elogioso y lírico, y el no quedar mal en el ejercicio
laudatorio y ponderativo, que se corresponde con la hora del irse con la
muerte. ¡Qué grande era el fallecido! Y este mensaje va pasando de boca en
boca, con un vocabulario de escritores subidos al carro de la lisonja y del
cumplido, casi por obligación. Y el que no lo haga así que tire la primera
piedra. Sánchez Ferlosio fue un genio en su libro Industrias y andanzas de Alfanhuí, menos, en El Jarama, y notable en todo lo demás. Pero de ahí a tirar el anzuelo y sacar un pez tan
mayor y excelso como Cervantes, o como Ortega, o como muchos otros de su
generación, es pasarse de agasajo y entrar en el reino de la adulación e
incienso sin control, hasta el ahogo, por asfixia, del personaje literario. Sánchez
Ferlosio fue un extraordinario escritor en su literatura de ficción, y en la del
ensayo y el artículo; y ahí debe quedar –sin un panegírico más–, su extraordinaria
vocación de rebelde crónico, de amante de la lengua y sus infinitos recovecos expresivos
y lúdicos, de caballero de la triste figura, sin arnés y sin Sancho, solo por
el mundo de lo anárquico y sin espuela, con el fuste de dar allá donde se
pusiera algo o alguien a su alcance en plan chulesco o matón. Descanse en paz –la
paz que nos viene de arriba– nuestro amigo y maestro, y que como el gallo con
el que Alfanhuí escapó de su casa siga creyendo «que el rojo de los ponientes
era una sangre que se derramaba a esa hora por el horizonte para madurar la
fruta, y, en especial, las manzanas, los melocotones y las almendras». Yo,
Diario, creo más en este Ferlosio niño que en el superhombre que me quieren
hacer ver sus incansables turiferarios y retóricos admiradores, que, en realidad, lo parecen menos (19:11:41).
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