14 de junio de 2021. Lunes.
15 AÑOS DE LA
MUERTE DE MI MADRE
-Hoy se cumplen 15 años de la muerte de mi madre. Tenía 99 y 9 meses, un
jardín precioso de vida, donde todo era generosidad, como lo es el jardín,
dadivoso en colores y aromas. A los 31 años, quedaba sola en casa, con dos
hijos: yo de 3 y mi hermana Consuelo, aún bebé. Mi padre, engañado –iba al
frente, le dijeron, a Fortificaciones–, se fue a hacer una guerra, que no era
la suya, y, además, con el bando que perdió. Vivíamos en la calle Honda, Molina
de Segura, y allí, mi madre sacó la casa adelante, aunque, como ella decía,
lloró mucho y rezó más. (A escondidas: era un tiempo en el que rezar te podía
conducir a la marginación, e incluso a la muerte). Su vida siempre fue, con mi padre, un
hermoso destello lunar en medio de tanta oscuridad, de tanta noche. Yo la
recuerdo pequeña y hacendosa, y muy religiosa. En su vejez última, siempre
andaba con el rosario entre las manos –«rezaba 6 rosarios y lo suelto», decía– y la
sonrisa: las palabras llenaban su boca de Dios y de sabiduría. Murió un día
después de la fiesta de San Antonio, su santo predilecto, al que seguramente
rezaba «lo suelto» de cada día, y al que hablaba de tú a tú, como al vecino
celeste de arriba. Me contaba que de joven, cuando el santo se hacía el remolón
y no le concedía lo que pedía, introducía en un cubo con agua su imagen de
terracota, para que aprendiera. Al momento, le pedía perdón, y, dándole besos,
lo secaba; mi madre, que besaba poco, cuando creaba un beso –acontecimiento en
su boca–, lo hacía con intensidad de fuente, dándose en fertilidad y ternura, en
emotiva unción. Mi madre murió, tras desayunar, sentada en su sillón, con el
rosario en la mano, y en espera del médico. No dijo nada; solo bajó los ojos y
quedóse dormida, sin aspavientos, sin estertores, con la paz de los bienaventurados;
desde entonces, Diario, sé lo que es morir en olor de santidad; pero, por discreción, no lo
digo, para no herir la modestia de los santos (11:34:30).