29 de mayo de 2021. Sábado.
HISTORIA DE UN BESO
HISTORIA DE UN BESO
-Se llama Lidia, y cada día, a sus 81 años, renace a la alegría de vivir. En paz. Tiene un apellido difícil, cargado de consonantes, como si se tratara de un bosque centroeuropeo, hermosamente frondoso. Maksymowicz. (Decir Chopin, aunque polaco, es más asequible, pero también glorioso). Los pueblos del este han sido durante muchos años –y lo siguen siendo en algún caso aún– un paisaje humano hecho al martirio, al suplicio, castigado por la barbarie. Primero fue el nazismo, luego el comunismo, con su deshumanización, sus furias, sus desmanes contra cualquier atisbo de amor y misericordia, de justicia. Eran regímenes que desechaban de su lenguaje las palabras libertad, dignidad, ternura, empatía. Masticaban y escupían odio, la muerte les precedía. Lidia, que ahora vive en Cracovia, ha volado a Roma para la presentación de un documental que cuenta su vida. Título: 70072, la niña que no sabía odiar. El número 70072 era como se la conocía en el llamado “Pabellón de los Niños”, en Auschwitz Birkenau, donde el criminal de guerra Josef Rudolf Mengele ensayaba, con gente menuda, experimentos execrables, infames. En 1943, Lidia sólo tenía tres años. Su corta edad le hacía ver todo con ojos de inocencia, envueltos en fantasías de asombro, en euforia de juegos truncados. Hasta que ya de mayor llega a Roma y visita al Papa Francisco. Y Francisco, reverente, sumiso ante el dolor de esta mujer, se inclina y besa el número que lleva grabado a fuego en el brazo, el número con el que la distinguió el Holocausto y la hizo posteridad sacrificada, santificada. En el documental, Lidia, con la naturalidad de la niña que fue, dice: «Si tuviera que vivir pensando en el odio y la venganza, me haría daño a mí misma y a mi alma, y yo sería la enferma: el odio me mataría también». Y recuerdo, con ternura –el lado más leve y lírico del amor–, las palabras de Jesús: «¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen!», y expiró; y, de este modo tan humano y divino aun tiempo, Diario, abrió el cielo a la misericordia –profunda y serena, esencial– de Dios (11:22:09).
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