27 de febrero de 2022. Domingo.
EL LENGUAJE DEL
HORROR
-Esta noche
pasada, no ha vuelto el libro, no me ha podido leer, pero me ha vuelto a
atrapar otra pesadilla, como si hubiera entrado en otro tiempo, un tiempo
falso, oscuro, tiempo de guerra pregaláctica y de Putin –el sátrapa– contra la
debilidad. Mal sueño; y éste n o es de ficción. Es tiempo, pues, de vuelta a la
inconciencia, a la brutalidad, a darse de bruces con el odio. Cuando aún no
existían ni la electricidad ni la sabiduría de siglos, existía la guerra, que incendiaba
aldeas y mataba a lo frágil: siempre a niños, a mujeres, y no a los ancianos,
porque no los dejaban llegar al venturoso puerto de la ancianidad. Leemos hoy
en la liturgia de la misa: «Se agita la criba –dice el Eclesiastés – y queda el
desecho; así el desperdicio del hombre cuando es examinado». Y sigue: «El
hombre se prueba en su razonar». Al tiempo que me alientan, me asustan las
palabras de este libro sabio, resultado de una observación puntual y precisa de
la realidad más exigente. Del hombre cribado –del hombre que razona–, sólo
queda el desecho, dice la sabiduría de la experiencia. Si queremos ver un
ejemplo de estos desechos, sin ira,
sólo con ánimo de identificar, miremos a Hitler y a Putin, o a Pilatos
lavándose las manos y a Biden asegurando que Putin va a pagar caro lo que está haciendo.
Todos estos nadan en la mentira y en la fabulación y no les importa la realidad
del sufrimiento, que siempre recae en los más débiles y en los que van por el
mundo, sin cansarse, predicando que es mejor la paz que la guerra, mejor la
amistad que el desprecio a la vida. Es decir, los que sueltan palomas en sus
palabras y no ira en su aliento. Un sacerdote ucraniano, Oleg Popuik, con voz
entrecortada, ha dicho: «Rusia está bombardeando a civiles, niños, orfanatos,
todo». Es el lenguaje del horror, Diario, que no me ha dejado dormir. Es la
imagen de la cruz a cuestas de la debilidad frente a la estulticia del poder
frente al harapo, olvidando que al fin habrá resurrección. Detrás de cada
disparo del mal, siempre florece un aleluya, un destello de vida: es la germinación del amor (12:18:24).