13 de febrero de 2022. Domingo.
SALÍ DE MI CLAUSURA
SALÍ DE MI CLAUSURA
-El viernes salí de mi clausura –la pandemia– y me dejé envolver por el
clamor de la naturaleza. Es decir, me vi cercado por la belleza del ser y el estar
de las cosas, que, sin ostentación, se dan aliento –soplo de hermosura– para
espíritus abiertos. Contemplé el mar, los almendros en flor, la grandeza de lo débil y la asequibilidad de lo grande, el respeto de la luz con las sombras; es
decir, la armonía del mundo y su aleluya continuo, que tratan de romper
la soberbia de los necios y el poder de los avaros. Gocé y reí, sin mascarilla. Libre.
Dejé que la belleza de fuera inundará mi interior, para poderla dar luego en mi
mirada, en mi serenidad, en mi quehacer de cada día. Decía San Agustín que la
naturaleza es la mejor educadora de la verdad. Causa emoción contemplar cómo
los almendros sienten todos a la vez la necesidad de dar sus flores para
embellecer la sensibilidad del juglar. No florecen unos antes y otros después,
sino todos a una, como si multitud de pinceles del mundo se unieran para hacer,
del paisaje, infinitos lienzos de Van Gogh, y, como diría el poeta Gary Snyder,
sentirnos así felices en nuestro hogar. Para orar, Jesús se retiraba y se hacía
acompañar de la naturaleza: el mar, el olivo, las florecillas del campo, la
grandeza sosegada de las montañas, el silencio, que a veces se dejaba oír, la
paz, y Dios, con el que hablaba. Y de ahí, Diario, sacaba Jesús su amor por lo
sencillo y la inspiración para sus hermosas parábolas, que iluminaban la verdad
de su evangelio, el amor encarnado de su mensaje (13:11:55).
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