31 de octubre de 2019. Jueves.
VERANILLO
La ternura en el agua, mirando. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Hemos vuelto a un
segundo veranillo de San Miguel, o de los Arcángeles, o del membrillo. Hoy, 28º;
y mañana, 29º. Anoche tuve que sacar los brazos de debajo del edredón: me
ahogaba. El calor. Fue un modo de pedir auxilio. En la vejez, en su soledad, se
pide auxilio con gestos, no con voces: grita, y nadie la oye. Recuerdo que,
cuando vivía mi madre, en la noche, yo la oía y ella a mí. Así sabíamos que
ambos estábamos, que no nos habíamos ido. La sola respiración nos tenía unidos,
y avisados. Ahora, no. Nadie oye mi respiración ni mi grito; si acaso, solo las
paredes frías e insensibles de la habitación. Que no oyen. O si oyen, se lo
callan. A veces me digo: «¡Si hablaran las paredes!» Y las miro, las escruto, las
araño. Pero nada: siempre callan. Decía Kafka que «cada hombre lleva en sí una
habitación». No pesa; se lleva en la cabeza como una presencia muda, inquietante,
demoledora, a veces. Un servidor, cuando se siente solo, piensa en un ser querido
–en Candela, por ejemplo– y entonces me acompaña su evocación: así lleno mi
soledad, la colmo. En ella, la ternura me mira, la miro, y me invade. Y se hace trigal
en mi soledad. Trigal con amapolas y pájaros, y compañía. El verano –veranillo–
ha vuelto y se queda hasta el domingo, anuncian los meteorólogos. Pero antes,
Diario, viviremos Halloween, sin miedo, con humor, en soledad: o con el silencio de
Dios insistiendo en la noche (12:04:20).