14 de noviembre
de 2013. Jueves.
ROCES AUDIBLES
DE SILENCIO
Anunciación. Fachada. Catedral. Murcia. F: FotVi |
-Al fin, y como un descuido del otoño (ah, se ha debido decir éste, he olvidado el paraguas en el bar), han caído unas gotas de lluvia, tan contadas que apenas hacían número. Son gotas que dan en las hojas y no llegan a la raíz; gotas de apariencia, de traza, como la (in) justicia o la política en España (es sólo un ejemplo). Y ha sucedido el evento, la lluvia, al escribir su primera página el día, al alba, cuando todo se remueve (pino, pájaro, hoja caída, ardilla, tiempo) y sale del sueño bostezando. En la mañana, todo es un bostezo hermoso, un desperezarse el alma de las cosas, con roces audibles de silencio.
Y con esta llovizna caída al
descuido, he ido a Murcia, además de para tratar de darle un poco de color y
vida al presente, quizá en busca, con
Proust, del tiempo perdido. Mal están
los tiempos, ha dicho mi amigo, y yo con mi amigo. Porque es triste querer
construir y que no te dejen, desear entrar en la alfarería del trabajo y no
poder; malos tiempos, éstos y los que vienen, ha dicho mi amigo, y yo he
afirmado con la cabeza.
En
Murcia, mi amigo me ha prometido cosas, que es posible que sucedan. Yo confío
en la amistad, y en las palabras de ánimo que ella te da, a veces. No vale quejarse,
sino luchar, hacer que la tinta escriba y el libro se deje abrir para ser leído.
En Murcia, yo me hice sacerdote y libro, y es quizá por eso por lo que la amo
tanto.
Mi
amigo me ha hablado de su mujer, que, estudiante de arte, ahora explica la Catedral,
ese montón de piedras modelado arte. La suerte de la piedra: que un maestro
Mateo, en Santiago de Compostela, o un Diego Sánchez de Almazán, en Murcia, conviertan
la piedra en inspiración y vuelo. El arte es eso: inspiración y vuelo, como la esperanza
o el cincel que esculpe.
Hoy, en Murcia, ya sin lluvia, y vestidas las calles de charol, he encontrado
parte del tiempo perdido y, gracias a mi amigo, una pequeña llama de ilusión,
que ahora, Diario, confío a mi luciérnaga, que, con Dios de la mano, es pródiga
en iluminarme (20:41:43).
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