16 de febrero de 2019. Sábado.
LOS SILENCIOS Y EL
ALMA
Silencio de luz, en el ocaso, en Murcia. F. FotVi |
-Si no sé decir amén, o
me cuesta mucho bajar de mi soberbia y decirlo, se me escapa el final de todo
diálogo con Dios, con el que hablo –y discrepo, a veces–cuando rezo. Dialogar –o
discrepar– con Dios es poner palabras –y fe– donde solo hay silencios. ¡Silencios
clamorosos, sin embargo! O es poner los silencios de Dios donde solo hay
contemplación. En la contemplación se omiten las palabras y se abre el tiempo
de la mirada interior, donde se habla también con silencios, porque, como dice
San Juan de la cruz, el amor al que hablas «es un amor silencioso». O esto
otro: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en
eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma». Y el profeta
Isaías: «Verdaderamente tú eres un Dios escondido». Tan escondido que solo se
le oye hablar en los elocuentes y fecundos mutismos de los silencios del alma. Los
silencios y el alma, en la contemplación, decía Plotino, se tocan, se
complementan. Un silencio sublime es la muerte por amor. Como la del padre
misionero salesiano Antonio César, tiroteado por un grupo yihadista en Burkina
Faso. Es hermoso morir y decir amén, Diario, por este silencio de Dios, que
tanto dice a las almas puras y luminosas, y que tanto anima a seguir al crucificado
hasta su cruz. Amén. Sí (17:59:07).
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