7 de febrero de 2019. Jueves.
CANSANCIO
¿Cruz o rama?, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Me santiguo con Dios por la mañana y así puedo evitar
al diablo, que siempre está al acecho, decía un eremita del desierto. Este
ermitaño padecía numerosas tentaciones, y esa era la razón por la que se
santiguaba a cada instante, como una eficaz terapia defensiva. Esa era su
creencia, y hay que respetarla. Yo me santiguo poco o a cuenta gotas, y solo lo
hago por una cuestión de estética cristiana. No por mucho santiguarme soy más
santo; solo si lo hago como meditación o contemplación, la cruz me será eficaz.
Santiguarse es coger la cruz de Cristo y ponerla en tu mente, en tus hombros, en
tu pecho; es decir, hacerte a ti mismo cruz en tus obras. Una cruz paciente,
luminosa, no herida, sino amable, contagiosa de humildad, que abrace y ame, que
respete la desnudez y la pobreza, o mejor, que se haga pobre y pacífica en la modestia.
Aquel anacoreta sería santo en su retiro, santo de desierto; pero hay que ser santo
en la ciudad, donde se contemplan el dolor y las alegrías de la gente, sus ángeles
y demonios en el modo de reír o llorar, y a quien puedes echar una mano si ves
que se cae, y levantarlo, con la cruz en la sonrisa de los labios y la paz de
la mirada en los ojos, sencillamente, sin aspavientos. Así intento santiguarme
yo cada día, sin saber si lo consigo o no, pero intentándolo. Las cosas, aun la
señal de la cruz, repetidas muchas veces, Diario, se hacen monotonía, rutina, solo
norma, sin espíritu, cansancio (18:49:16).
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