1 de noviembre de 2019. Viernes.
CORONAS FÚLGIDAS
Auras leves, etéreas. Torre de la Horadada. F. FovI |
-Si vas al cementerio y
te fijas bien, con los ojos del espíritu, verás una enorme cantidad de auras que
flotan sobre las tumbas. No son coronas de flores, que suelen poner la
ostentación, el alarde, la vanidad; sino auras leves, etéreas, que las produce
un aliento, un soplo quizás, algo divino. Hoy, día de todos los santos, esas
coronas fúlgidas, hechas de destellos y cilicio, donde Dios trabaja la joya, acentúan
su esplendor. Brillan más. Son las coronas de los santos anónimos, de los santos
del día a día. El de tu casa, el del camino. Los santos que no están en un altar
de iglesia: esa «enorme multitud», que vio San Juan, «de todo pueblo y nación, tribu
y lengua, y tan numerosa que nadie podría contarla». Son los santos sin devotos
que les recen, sin mitras que los exalten, pero que vivieron las
bienaventuranzas de un modo sencillo y luminoso, según la voluntad de Dios. Tu
madre, la mía, el padre, el hermano, el «pobre pobre», como lo llamaba Neruda. El
que quizá en la tierra oliera mal, pero que murió en olor de santidad, y que
solo Dios acertó a pasar a su lado y percibir ese olor, tan limpio, tan de
lavanda celestial. Estos eran los que «gritaban con gran estruendo: “La salvación
viene de nuestro Dios que está sentado en el trono y del Cordero”». Estos eran
los que «vestían las túnicas blancas y tenían en sus manos ramas de palmera»,
como los vencedores de la gran y bella batalla de la vida. ¡Los santos del día
a día, Diario! Dios les dio refugio junto a su trono, para «nunca más tuvieran hambre
ni sed, ni les quemara el calor del sol» (19:08:35).
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