EL CEDRO
-Mal estaban las cosas para Israel, deportado a Babilonia y humillado.
(Mal están las cosas para Europa –guerra de Ucrania–, para España, para el mundo). Cuando,
desde la nube, surgió la voz de Dios que hablaba a Ezequiel. Y Ezequiel, con el
oído atento, la escucha. No siempre es audible el Dios que habla. Más que nada
por los ruidos externos –o internos– que nos cercan. Hay que purificarse de
ruidos extraños para lograr oír a Dios. Ezequiel, liberado de ruidos –sus
miedos, quizá–, oye a Dios y expone lo que ha oído. El rey con su pueblo no se
han fiado del Señor. Ante la gran águila que era el rey de Babilonia, el rey de
Israel busca otra águila en Egipto –el poder de Egipto– que lo salve. No confía
en el Señor. Y el Señor se enoja. (¿Se puede enojar Dios?) Y entonces avisa que
tomará de la copa de un alto cedro, de la punta de sus ramas, un ramo y él mismo
lo plantará en una montaña elevada y excelsa. Echará ramaje y producirá fruto,
y se hará un cedro magnífico. Un cedro que será casa de toda clase de
pájaros. «Y todos los árboles del campo –anuncia– sabrán que yo, el Señor,
humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde, hago secarse al árbol verde
y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, he hablado y lo haré.» (Ez 17,
22-24). Ante el fracaso del pueblo y sus dirigentes, Ezequiel, por medio de una
parábola, invita al pueblo a la esperanza. A Dios le basta una ramita del alto
cedro para hacer posible otro cedro magnífico –obra de sus manos– salvador y
refugio de aves. Yo, Diario, pienso en Jesús de Nazaret y en su Iglesia: un
grano de mostaza que se hace árbol y cobija toda clase de aves; es decir, salva y, con su Vida, da vida (11:52:44).
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