7 de octubre de 2022. Viernes.
MARÍA Y EL ROSARIO
MARÍA Y EL ROSARIO
-El sol, como una mano que se posa en las cosas, sin ruido, entra en mi
habitación y la alegra. En otoño, un sol líquido, no airado, de cristal, siempre
es bienvenido. Le ofrezco una silla y se sienta: «Pero un momento», me dice, y,
al poco, se marcha, dorado y festivo. Pasadas las lluvias, yo, con los libros, con
los sueños, con mi misma tristeza, celebramos el sol. Hoy, día de la Virgen del
Rosario, cojo y beso el rosario con el que rezaba mi madre en sus largos años
de fe. Es un modo de besar aún el roce de sus dedos, el desgaste que produjeron
en esas bolitas pulidas de olivo. Acariciar la fe para fortalecerla, es un
bello ejercicio. Decía Santa Teresa de Calcuta que «aferrarse al rosario, como
las hojas de la hiedra se aferran al árbol, es permanecer en la fe», y darse en
la fe, añado yo. Y san Pablo VI agregaba: «El rezo del rosario exige un ritmo
tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los
misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que
estuvo más cerca del Señor». El rosario, que es una hermosa monotonía, nos
acerca al Dios que creó la brillante y excelsa monotonía de la naturaleza, en la que su estar invisible se manifiesta visible sin cesar. Es la monotonía del «te
quiero» de los enamorados, que no se cansan de decirlo ni de escucharlo. Es, en
todo caso, un deseo de intimidad, de confianza del ser amado al amante. María, pues, Diario, el ser amado (17:33:54).
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