10 de mayo de 2016. Martes.
EL CEBO
El Etna fumando tras de mí, en Sicilia. Italia. F: FotVi |
-Me recuerdo con un cigarrillo entre los dedos,
oscuros de nicotina. Desde los dieciocho años, fumaba uno tras otro, como un
pirómano del bosquecillo de mis pulmones. Entonces vestía sotana y, en ciertos
momentos -como el de dar la comunión-, me turbaban mis dedos alquitranados
tocando la blancura o nieve aquella de la forma consagrada. Dar la comunión con
dedos ennegrecidos por la adicción no me parecía acorde con la pureza del momento,
con ese dar a masticar la gracia que es la comunión, todo en blanco. Hasta que
un día, hace cuarenta y cinco años, dejé de fumar. De pronto, como un golpe, y
sin nostalgias. Liberé a mis pulmones y mis dedos de hollín y mis chimeneas
funcionaron mejor. «¡Ah!» hacía, y el aire me regaba todo de paz fresca, de
euforia de bosque. Y lo blanco, como una nueva inocencia, volvió a mis dedos. Digo
esto porque acabo de leer una noticia triste: Francia pagará 20 euros a mujeres
embarazadas que dejen de fumar. ¿Y habrá madres, que, no por el hijo, sino por
los 20 euros, dejen de fumar? ¿Tan poco vale un hijo? ¿O tanto valen 20 euros? ¿O
no se trata del valor de cada cosa, sino del acicate o el cebo? Deseo creer,
Diario, que sea esto último: una especie de hermosa provocación o estímulo;
otra cosa, sería una terrible decepción sobre nuestra sociedad, tan desvalida
de valores, o de las luces que, hasta hace nada, intentaban guiarnos por la
vida (21:27:54).