domingo, 26 de abril de 2020

26 de abril de 2020. Domingo.
DÍA DE LIBERTAD PARA LOS NIÑOS

Volando con Pegaso, con los niños. F: Googel

-El sol ha salido alegre y vivo, pero al poco se ha emborronado, como en un dibujo de niño descuidado y sabio. Parece como si nos quisiera acompañar en el dolor por la pandemia. Quizá quiera decirnos que él también llora con nosotros. Pero al poco, se ha desperezado y ha roto con las nubes, y se ha puesto a caminar, haciendo su raya de luz en el azul. Tal vez quiera acompañar a los niños en su primer día de libertad, y prestarles la alegría de su luz y su danza diaria. Pensando en Candela y sus amiguitos, que hoy salen reír y a gozar a la calle, me deleito con Machado:
«Mientras danzáis en corro,
niñas, cantad: Ya están
los prados verdes,
ya vino abril galán.»
Los prados verdes, abril galán, sí; pero jugar a la comba, no. Este abril es distinto. Muy triste para familias que han perdido a un ser querido, o para los mayores que están solos, sin nadie que les acaricie la mano o les diga una palabra amable. Hoy, Candela, niños todos, podéis salir a la calle; pero a jugar sólo con vuestros sueños, con vuestra niñez milagrosa, o al balón con la luna, aquella con la que hablabas tú, Candela, cuando eras más niña –solo cinco años–, y te extrañaba de que tus padres no lo pudieran hacer. Jugar con vuestro interior precioso, donde siempre hay una princesa que mira con fascinación todo lo que hay en su entorno. Bueno, el día va pasando y cambia de humor cada dos por tres. Primero, sol; luego, nubes; otra vez sol; luego, llovizna y truenos, y sol, y tristeza. Pero vosotros, niños, salid y tocad la alegría de vivir, de saltar, de correr, aunque sea de la mano de una persona mayor. No hay nada como llevar de la mano a un niño, te trasmite, Diario, su niñez y su inocencia, y su asombro  –como una catedral gótica–, por todo lo que existe y se mueve a su alrededor (18:20:58).

sábado, 25 de abril de 2020

25 de abril de 2020. Sábado.
COMBATE

Con la lluvia será rosa, sacada de la nada. Luz,. Murcia

-Ayer, dentro de mí, hubo un combate entre el caos y la fe, que ganó la esperanza. Es decir, venció el amor.  Donde hay fe, surge la esperanza, y la fe y la esperanza siempre incendian el amor. Yo contemplaba el mundo y solo veía tristeza, dolor, injusticias, intereses ilegítimos, lágrimas. Cada una de esas lágrimas ardía en mis ojos. Me quemaba en el corazón. Y me preguntaba ¿¡por qué!? Aunque percibía un halo de luz en el cielo. Allá arriba, donde comienza lo infinito. Donde se abre el misterio. Y de pronto, mientras miraba al cielo, como una luz que parpadeara a los lejos, se me apareció una monjita –madre Verónica, la llaman– hablando de Dios y del dolor. De la esperanza y de la vida. Y me puse a oírla, y dejé que me invadiera su mensaje. Como un crisma salvador. Que llenara mis vacíos y fortaleciera mi fe. Me invitó «a entrar en el sueño de Dios». Ya se lo había oído decir al Papa Francisco. Pero esta alma limpia, dulce, me lo decía con una voz tan serena y fuerte, tan natural, que su juventud y la pujanza de su fe, me conquistaron. Me vi envuelto en un mensaje distinto del que te hace cada vez el mundo. Dijo: «¿Cómo sería un mundo que dejara reinar a Jesucristo resucitado? Es decir, ¿cómo sería un mundo en el que reinase el amor, la justicia, la bondad, la comunión, la verdad, la belleza?» Y luego añadió: «El cristianismo es la revolución del amor». Y me quedé pensando, y, al poco, descubrí que la fe había vencido al caos, y que el Espíritu de Dios me envolvía otra vez, y en ese momento, me vi liberado de mis dudas, y recé desde el amor. Rezar desde el amor, Diario, es entender a Dios y repartirlo por el mundo, como una poderosa comunión (11:37:37).

viernes, 24 de abril de 2020

24 de abril de 2020. Viernes.
LLORO EN SOLEDAD

Esperando al Arco Iris de la paz. Casa Sacerdotal. Murcia

-Otro día gris, enfermizo, como un odre de vino vacío. «Un cuerpo sin huesos», pienso. Algo así como el silencio o la mente en blanco, que te dejan sin palabras que puedan llenar esos vacíos de cosas y las sientas vivas, cercanas. Cosas que anden, que vuelen, que se muevan como la corriente del río. Con la lentitud de una reflexión y la amabilidad de quien da la mano y hace una pausa para mirarte a los ojos y sonreír, y decirte hola. Cosas que se muevan, que hablen, que hagan el payaso, que tropiecen y no caigan, que hagan reír. Deseo volver a ver el ritmo de la vida, la prisa de unos, el lento y meditativo caminar de otros, la algarabía de los niños en el recreo de la escuela, los ruidosos abrazos de la gente al volverse a ver, o las noticias de la tele sin tener que soportar el trago amargo y trágico del parte de guerra de los cuatrocientos muertos diarios. Más muertos que en cualquier contienda, más que en una calle de Chicago en aquellas películas antiguas de gánster. O las colas de los desplazados y sin trabajo a las puertas de las iglesias y comedores sociales pidiendo el plato de comida que la caridad les ofrece. Y lloro en soledad, con un solo consuelo, el de invocar a Dios y mirar al cielo. Al cielo que hay más allá de las estrellas, Diario, y al que no llega la arrogante estulticia humana, tan altiva, tan despiadada, tan descreída (18:16:30).

jueves, 23 de abril de 2020

23 de abril de 2020. Jueves.
TOCAR LOS LIBROS

La biblioteca de Celso, en Éfeso. Turquía

-Hoy, día del Libro, paso la mano por los libros de la biblioteca y noto que cada uno me deja un roce distinto y aromático de libertad. Cada libro tiene su olor peculiar: el uno huele a amor, el otro a lucha, el otro a cloaca inmunda. Pero todos liberan, anuncian algo nuevo, quizá irreconocible, pero fantástico. Se adentran en la utopía de soñar, de vender nubes, de ascender a las estrellas, de apagar o iluminar pasiones. El autor de un libro puede engañarnos, pero el libro que sale de sus ángeles o demonios interiores, de sus entrañas de amanuense, siempre nos dice la verdad, verdad que querrás leer o desechar, beber. Pero verdad acuñada para siempre. Aunque queme o acaricie, siempre será verdad. Es la verdad del autor, pero verdad. Las librerías siguen cerradas, pero sus libros y autores andan paseando por mi mente, que no está clausurada, y ahí hacen el negocio alentador de sus ideas y evangelios, de sus cicatrices e ilusiones, de sus cansancios y vuelos. Todo en el libro es acrobacia de palabras llenas de pensamientos y aconteceres; son, Diario, el termómetro que mide la temperatura de la sociedad: su ir muriéndose o elevándose sobre lo irremediable y venturoso, sobre lo mortal y eterno, sobre lo aquello que queda en polvo (huesos de sarcófago) o en infinita y amable  y feliz Trascendencia (13:02:44).

miércoles, 22 de abril de 2020

22 de abril de 2020. Miércoles.
GRITO DE LA LUZ

Nubes amenazadoras, pero hermosas. Casa Sacerdotal. Murcia

-Ayer volaba con un sueño, hoy me quedo en mi habitación, contemplando cómo pasan las nubes, las del coronavirus. Tan rápidas. Nubes con las que me gustaría irme. Son nubes amenazadoras, pero hermosas. Tienen los contornos definidos: el centro, oscuro, y las orillas, encendidas, como si desde su dentro se desbordara la luz. Son como copas llenas de luz que se le escapara por los bordes. Mirad una copa de cerveza, con la espuma saliéndole de las entrañas. Así veo a las nubes esta mañana. Es luz que te llena de esperanza, como la luz de un libro o de una mariposa. O de un consejo. Dice Asías: «El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz». O: «Lámpara es para mis pies tu palabra», salmo en el que habla el poeta –el profeta– esperanzado. Es la docta Escritura que me habla, y que, con voz de madre, me advierte. Y yo digo: «¡Quiero tocar esa luz!» Y añado, «Señor». Y miro a Dios, porque fue el que en el principio de todo, antes de que la ciencia empezara a investigar y existieran teorías de relatividad, etcétera, pronunció el grito de la luz: «¡Sea la luz!», dijo, «y fue la luz», como si un reguero de luciérnagas –estrellas, soles, galaxias, temblor, asombro– invadiera los espacios. Qué milagro el de la luz, Diario, ahora que todo se ve tan negro, tan vacío, tan en esqueleto (18:21:34).

martes, 21 de abril de 2020


21 de abril de 2020. Martes.
VOLANDO

Desde su libertad, mirando mi confinamiento. Torre de la Horadada. 

-Antes del día, en la aurora, ha lloviznado un poco; luego, un sol liberal y largo, ha invadido el ancho y clamoroso azul. Todo perfecto, salvo el día de hoy que es igual al de ayer, al de antes de ayer, al de mañana. Nos han confinado, nos han robado los días. Quizá sea un modo de decirnos que todos los días, si lo piensas sin perjuicios, con la tranquilidad del huido, del desplazado, son iguales, solo varían en el calendario; ah, y en nuestras mentes de viajeros que, como las nubes, como el silencio de los silencios, están siempre pasando. Elipsis, pues: o carencias monstruosas. Pero un pájaro viene a mi balcón y me despierta de estos sueños negros, viciados. Pía unos momentos; mira y pía; maravillosamente se repite. Me acerca la paz, y yo la acepto. Al fin, se va, volando. «En libertad», pienso, soñador. Me encantaría volar con él. ¿Sabrá este pájaro, que Dios, el Padre, lo ama? ¿Volará sostenido por el aliento de Dios? Y quedo en meditación, Diario, pero volando (12:19:43).

lunes, 20 de abril de 2020

20 de abril de 2020. Lunes.
MARIPOSAS INVISIBLES

Mariposas en mi jardín. (Una sola maceta). Casa Sacerdotal. Murcia

-Como una estrofa de luz y alegría, ha salido el sol esta mañana, pero sin erradicar mis miedos. Me acosa el miedo al hecho de poder perder la vida o la de la familia –ves irse a tantas–, la de mis amigos, la del vecino de al lado, la del mundo. Pero, con este miedo, me acosa, además, el miedo a perder la libertad: ese don, que, con el de la vida, es irrenunciable, sagrado, vinculado a los sueños e incluso a las utopías. Pues sin utopías no habría sueños, y sin sueños faltaría la libertad, y, sin libertad, la vida sería una ciénaga: por haber entrado en los círculos pavorosos del infierno de Dante, del que no hay posibilidad alguna de salir. Como los campos de concentración instaurados por Hitler y por todos los esbirros que ha habido antes y después de Hitler. No me gustaría acostarme con la duda de si la llamada hecha muy de mañana a mi puerta fuera la del lechero o la del policía, con una orden de detención y con las esposas. Es el terrible dilema de aquel que no se siente seguro y duerme con un ojo abierto y el otro apenas cerrado. Recuerdo a mi madre, en aquellos tiempos de la guerra, cuando acudía, escondiéndose, a casa de don Jesús el de la Botica –calle Honda, en Molina– a oír misa. La iglesia la habían convertido en un inmenso garaje, donde se celebraba el odio y la frase obscena. Sin embargo, en el año 1978, Diario, con la nueva Constitución, supe lo que era la libertad y, con la libertad, el milagro de los sueños y el vuelo de las utopías; ahora ruego –a Dios y a sus ángeles– que nadie nos quite el poder volar en libertad, sin límites, sin paracaídas, como mariposas invisibles y zigzagueantes (11:06:41).

domingo, 19 de abril de 2020

19 de abril de 2020. Domingo.
DOS OCASOS Y LA PAZ

Cruz vacía, tras la Resurrección. Vilna. Lituania.

-«Al anochecer de aquel día», así empieza el evangelio de este domingo en la liturgia católica. Cuando lo he leído, me han venido a la mente los dos ocasos o atardeceres de la actualidad en nuestras vidas. El ocaso de la pandemia y el del miedo por el porvenir. Eran poco más o menos lo dos mismos ocasos que cita el evangelio y que tenía encerrados a los discípulos: el del atardecer natural del día, «el primero de la semana», dice, y el del miedo a los judíos. Encerrados, confinados, recluidos, y por circunstancias diversas. Sin esperanza. Desconfiando unos de otros y el oído atento a los ruidos de la puerta. Como aves atrapadas en una red de cazador. Aunque les habían llegado noticias de la resurrección de Jesús, nos las tenían todas consigo. Sería interesante saber de qué hablaban en aquel momento. «Dicen las mujeres», comentarían entre ellos; pero quién se fía de eso que dicen de que el sepulcro estaba vacío y que habían visto a ángeles y no sé cuántas cosas más. Total, desconfianza, dudas, todo temores. Y nervios. Era el atardecer del día y tenían miedo a los judíos. Cuando, de pronto, y sin forzar las puertas, de un modo natural, se les aparece Jesús. Les dice: «Paz a vosotros», su gran discurso, tres palabras, al tiempo que les enseña las llagas de sus manos y su costado. Es decir, para que creyeran en su resurrección, les enseña su pasión y su muerte, los mete en su Calvario. Y les da la paz. La visión de la pasión, les lleva a creer en la misericordia. Así Jesús les hace olvidar su soledad -la soledad de Dios- y los miedos que ésta les acarrea. Dice Facundo Manes, psicólogo, que «la soledad –y el miedo que lo soledad origina– matan más que la contaminación, la obesidad, o el alcohol». Es decir, Diario, los otros modos de pandemias; las pandemias del egoísmo, del confinamiento, del descarte. Jesús viene a traer la paz y a borrar los miedos, y lo consigue (18:08:26).

sábado, 18 de abril de 2020

18 de abril de 2020. Sábado.
LA RISA DE LA NOCHE

¿Saliendo de la pesadilla?. Torre de la Horadada. 

-El llanto de abajo, se ha instalado en el cielo, que aparece de nuevo plomizo y de un gris sucio. Como para dar miedo; solo falta la puerta que se abra en la oscuridad y luego se cierre violentamente. Como en aquellas Historias para no dormir, de Ibáñez Serrador, que nos quitaban el sueño; pero que nos abrían la imaginación. Imaginación que luego se desliaba en la noche, y, sobre aquella historia que habíamos visto, se forjaban otras tantas historias unas veces crueles y otras pintorescas. Estamos viviendo una especie de sueño aterrador: la parte mala del sueño, la del virus invisible que nos persigue y que tememos que nos pueda dar alcance; pero que, al despertar y ver que hemos salido ilesos de sus garras, sentimos un infinito alivio. Es lo que pienso ahora: el día en que pueda salir y ver los árboles de la orilla del río, estrechar una mano amiga, dar un abrazo o un beso al ser querido. Y llorar, llorar de alegría, Diario; y es que, cuando la alegría se desborda, se hace llanto, vapor de gozo, exhalación de risa. Como el borbotón del volcán, o como el Big Bang, que luego se multiplicó en estrellas, en alegría y risa de la noche, en mundos nuevos (19:16:19).

viernes, 17 de abril de 2020

17 de abril de 2020. Viernes.
HOY, DÍA DE LA VOZ.

Via Crucis del silencio. Roma. 

-Y sigue lloviznando en Murcia; es decir, sigue el llanto. Con la lluvia, el campo se alegra, y la tierra sembrada, y el pájaro que bebe en los charcos improvisados en la ciudad o el camino; pero el llanto, por las muertes de cada día, nos ahoga. El sol se deja ver, a intervalos, como un bello rostro entre velos, los velos de la Amada, de los que habla el Cantar de los Cantares. Para decirnos –hoy día de la Voz– que todavía hay esperanza, que los que queden, algún día sonreirán. La Voz es la que estructura y hace sonoro el lenguaje; en cada una de las letras que pronuncia, lo hace entendible, casi tocable. Recuerdo el asombro y el gozo que experimenté el día que, de niño, pude decir la letra «A», y lo que significaba. ¡Cómo la saboreé en la boca y cómo la fui repitiendo de la escuela de párvulos a casa! Para no olvidarla. Como si me hubiera brotado una luz nueva en la boca, que me obligaba a trasmitírsela a mi madre, e así iluminarle la sonrisa. Y lo hice, y, con la sonrisa, le iluminé también un abrazo, abrazo que siempre llevé ceñido a mi recuerdo, como algo que me liberaba. He leído en un periódico esta mañana: «Quieren apagarnos la voz». Por favor, la voz, no. Que no me censuren la voz, Diario, que así matarían del todo mi vejez. Déjenme gritar, por lo menos, que quiero vivir, y vivir libre y sin mordazas; que pueda seguir diciendo: Dios, amo, familia, tengo hambre, vuelo…, sin tener que esconderme, amordazado, en el lugar oscuro de la intolerancia, de la persecución, o del fanatismo ideológico. No; la Voz, no (12:14:38).

jueves, 16 de abril de 2020

16 de abril de 2020. Jueves.
EL HADA BUENA

El hada buena, entre flores. Pamukkale. Turquía.

-Esta mañana –la 33 desde el confinamiento, ¡treinta y tres ya, Señor!– nos ha deparado un sol como una patena de oro, espléndido, deslizándose por una pista azul, que al poco se ha cubierto de nubes, velándose así ese azul de vestido de hada buena con que había abierto el día. Es decir, día de luz y tristeza, todo hecho manojo y gavilla, como la vida misma. La luz está en las personas que, al mirar, encienden la claridad, los samaritanos del bien, y las otras, las que, al andar, van dejando tras de sí un reguero de maldad, un excrecencia de gusanos. Ejemplo: el caso de la ginecóloga Silvana Bonino en Barcelona, que, al ir a coger el coche para incorporarse a su trabajo, encuentra una pintada en un lateral del mismo: «RATA CONTAGIOSA», y las ruedas pinchadas. Lo positivo: el de la misma Silvana Bonino, ginecóloga, que, jugándose cada día la vida, atiende a sus pacientes, dejando a sus hijos con su marido en casa. Lo deja todo por servir a los demás. El día, pues, se ha vestido de condición humana; es decir, un día de risa y llanto, de sufrir e irritase, y de aplaudir, como hacen los humanos llenos de humanidad desde el balcón de su corazón. Y rezar, Diario, que también, para que el virus no nos mate también la esperanza; la esperanza que se fortalece con la fe y el amor, y la misericordia (12:41:18).

miércoles, 15 de abril de 2020

15 de abril de 2020. Miércoles.
LLANTO DE LA INCERTIDUMBRE

La paloma de la paz, esta mañana, en mi balcón. Murcia.

-Me despierto con la lluvia rociando la ciudad, como un bautismo beneficioso y limpio. «Que nos lave la lluvia de tantos errores y miedos», pido. Es hermoso oír caer la lluvia, si estás bajo techo y tras los cristales. Lo peor es cuando careces de ese techo y te mojas, sin saber por qué te ha tocado a ti esa otra pandemia de la pobreza. La pobreza que está ahí, con frío en invierno y escasez siempre, sin que nunca sepas cómo ni de dónde te vino. Solo que te atrapó a ti, pobre-pobre de siempre, mendigo que se moja sin remedio. ¡Ah, la lluvia, si con ella todo se lavara! Al final de la mañana, ha salido el sol, pero con zapatillas de andar por casa. Quiero decir, débil y enfermizo. Enfermizo como el mundo, como nosotros. Solo las aves y las mariposas, con las nubes, vuelan. Abren la paz de sus alas sobre nosotros, y nos invitan, sin dejar la tierra, a volar y tocar el cielo, las suelas de las sandalias de Pedro, el pescador: el que tanto sabía de las miradas y la misericordia de Dios. Pero el sol, Diario, se vuelto a esconder; quizá para llorar con la lluvia el llanto de la incertidumbre, el de nuestra perpleja orfandad (18:26:03)

martes, 14 de abril de 2020

14 de abril de 2020. Martes.
EL ÁRBOL DE LA TRISTEZA

Árbol de la tristeza. Tras el Hospital. Murcia.

-Miro desde la ventana de mi estudio –es un modo hiperbólico, hinchado, de nombrar el lugar donde trabajo– y me doy de bruces con unos inmensos árboles: las casuarinas. Estos árboles tienen su origen en los antípodas: en Australia, Malasia, Polinesia. Y superan en altura al edificio de ocho pisos donde cuidan de mi vida, hecha esta de muchos años y muchos más anhelos de amor y libertad. Estos mismos anhelos son también los afanes del árbol y de la planta, sin excepción. Se trata de ser libres, y de amar. ¿Libre un árbol? ¿Ama un árbol? Y mi respuesta es afirmativa: el árbol es libre creciendo hacia lo alto, yéndose hacia las alturas; y ama, diciéndole con sus raíces a la tierra : «Te amo, madre Tierra, te amo». Al casuarina se le llama el árbol de la música; de la música, porque cuando les da el aire – yo lo he percibido – suena como un órgano de catedral: su música es suave y melodiosa, como si fuera el Bach de los árboles. Estos árboles viven en hilera tras el Hospital Reina Sofía, como un signo de lo que es la vida y los sueños, que nunca debieran morir. Ahora, en tiempo de confinamiento, con la humildad del árbol, Diario, me inspiran y me enseñan a vivir; pero mirando al cielo, siempre, y amando a la tierra: a la tierra, como nuestra casa, y al cielo, como nuestra esperanza (13:22:21).

lunes, 13 de abril de 2020

13 de abril de 2020. Lunes.
EL CORONAVIRUS Y EL ASCENSOR

Escalera: ascensor antiguo. Rumanía. 

-En una casa de ocho pisos el ascensor es fundamental y necesario para ascender y descender. Es como si un ángel nos llevara en las palmas de sus manos, y nos elevara al cielo –al 8º– y nos bajara a un infierno sin fuego –el -1. (Donde queda el garaje). Yo me imagino al ascensor como un aleluya que exalta y un miserere que hunde. Pero siempre sirviendo. El de la Casa es un viejo ascensor, que, subiendo o bajando, chirría siempre, pero que, dando antes dos tironcitos, acierta a dejarte con suavidad en el piso adonde vas. Ahora está desorientado: apenas se usa. Y eso a pesar de ser un artilugio al que nunca hablamos, lo utilizamos sin percatarnos de que existe, como le suceden a nuestros zapatos, al cepillo con el que nos sacudimos al salir, o a la cuchara con la que nos llevamos el guiso a la boca. Yo de vez en vez, cuando lo usaba, le solía decir: «Hola, viejo», y él, desde sus cables y poleas fatigadas, acostumbraba a responderme con un ronquido amable de agradecimiento. Hoy lunes, con la carga del coronavirus intentando quitárnoslo de encima, y el gozo de la Pascua de Resurrección, hago un propósito: hablarle más al ascensor, y al libro que leo, y a la almohada en la que descansan mis sueños, y al gorrión que veo saltar de árbol en árbol. Es decir, a todo aquello que hace posible que la viva me sea agradable y no aburrida. Y de este modo, Diario, aprenderé a agradecer a las personas y las cosas que me sirven, lo mucho que las estimo y el reconocimiento que me merecen. Gracias por todo, personas, cosas que me ayudáis a sonreír, y a soñar, y a vivir, gracias (12:56:19).

domingo, 12 de abril de 2020

12 de abril de 2020. Domingo.
SANTOS DE LA PUERTA DE AL LADO

Flor de la crucifixión, y de resurrección. Torre de la Horadada. 

-Apenas se deja oír el aleluya, porque hay demasiada tristeza y llanto en el mundo. Pero yo, con dolor y entre lágrimas, lo voy a decir: ¡Aleluya! Aleluya contra la muerte, contra la desesperanza, contra las dudas infinitas. (Las dudas me revolotean en la cabeza como una bandada de pájaros raros, agoreros). Aleluya por tantas personas que, con mascarilla y guantes, con el valor de los héroes, y mirando de cara a la muerte, nos salvan cada día. Ejemplo: las señoras de la Casa, que, como entre rejas, nos alimentan cada día. Como el gorrión a sus crías. Dos veces al día, con una sonrisa y un metro y medio de distancia. No para protegerse ellas, sino para protegernos a nosotros. Aleluya por ellas, pues, por sus miradas, por sus manos maternales, por su amor. Aleluya también –mezclado con lamentos–, por la pobreza que es aliviada por los samaritanos que surgen cada vez cuando cae apaleada a la orilla del camino. Caritas y otras ONG. O como dice el Papa Francisco: «Los santos de la puerta de al lado». Y frente a la muerte, aleluya por la vida, que es el don irrepetible e intransferible, y que se nos ha regalado a cada uno. Y con este canto de aleluya, os doy mi pequeño poema, como contribución a la alegría por la Resurrección de Jesús, el hijo de Dios, con el que camino.

ALELUYA

¡Aleluya!
Dios es Padre,
e Hijo en el que se da,
y Espíritu Santo
en el que alienta,
y Madre, porque es Amor.
¡Aleluya por tal Pascua!

Aleluya, Diario; aleluya por tal Pascua (11:10:55).

sábado, 11 de abril de 2020

11 de abril de 2020. Sábado Santo.
LA MORADA DEL DOLOR

La Cruz siempre, en iglesia escavada en la roca. Valle Göreme. Turquía.

-Y quedó ahí, en la Cruz, como un señuelo de paz, de dolor, de libertad. Con los ojos caídos, cegados por la sangre, pero, desde el interior –ese mundo enigmático, velado–, mirando al cielo. El dolor terrible de Jesús, anclado en la dirección de todos los vientos. El dolor es libertad si se abre al espacio y logra salir de uno y hacerse luz y fortaleza en el otro. Con el dolor se libera el sufrimiento, y se hace salvador. Es el misterio de la cruz: depositar el dolor de la cruz en las manos de Dios y que él lo transforme en lugar de salvación. Es lo que he pretendido expresar en este poema, que he titulado:

LA MORADA DEL DOLOR

 Es el dolor –¡ya sé, ya sé!–, que llama;
 y: «¡No estoy, no estoy!», digo. Pero insiste
 la daga de su luz. Su ciervo embiste
 mi corazón, que en llanto se derrama.

 Mas le abro, y soy dolor con él y llama
 de vida que me llama, y no estoy triste,
 aunque sea el dolor el que me viste
 de extraña claridad. De rama en rama

 aleteo el dolor es, vuelo y caída,
 que solo cuando muere él enmudece.
 Mas te quiero, dolor, luz encendida,

 hoja nueva, afirmación renovada.
 Ven, dolor, a mi casa, que anochece:
 quédate en ella y salva mi morada.

El dolor, Diario, mi morada, tu morada, nuestra morada natural, en la que vivimos, y de la que un buen día saldremos purificados, liberados (12:07:24).

viernes, 10 de abril de 2020


10 de abril de 2020. Viernes.
QUEJAS DE AMOR DE UN CORAZÓN ENAMORADO

Las cruces del mundo. Colina de las Cruces. Lituania.

-Hoy Viernes Santo, veo a Jesús clavado en la Cruz de la pandemia, triste y ensangrentado, con los ojos nublados por la sangre y el desconcierto, y clamando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es lo primero que viene a llenar el grito del que cree sufrir la injusticia, la soledad, la incertidumbre, la crueldad del dolor. El dolor es por naturaleza desconfiado. Y pide cuentas. Pero, aunque Jesús en este caso parece desconfiar, la verdad es que no deja de confiar. Grita, porque sabe que alguien lo está escuchando, y sabe que ese Alguien vendrá en su ayuda. Es lo que deseo expresar con este poema, en el que se exalta el amor, al tiempo que expresa el temor de no poder soportar la inmensidad y el peso de este amor.

QUEJAS DE AMOR
DE  UN CORAZÓN ENAMORADO

                                   Ya estoy, Señor, de tu dolor servido,
                                   que un trago de tu copa yo he gustado;
                                   los clavos de tu cruz me han traspasado
                                   manos y pies, y en ella estoy rendido.

                                   ¿Por qué tu amor así me ha sorprendido,
                                   dejándome sin pies y maniatado,
                                   sin libertad, Señor, mas tan librado?
                                   ¿Tan celoso es tu amor y tan crecido,

                                   que así mi corazón retienes preso?
                                   No huiré, Señor, que sólo en tu ternura
                                   amores y delicias mi alma halla.

                                   Mas no cargues mis hombros con el peso
                                   de tanto amor y tanta galanura,
                                   por si mi corazón no puede y falla.

Así es, Diario, «por si mi corazón no puede y falla» (11:02:17).


jueves, 9 de abril de 2020

9 de abril de 2020. Jueves.
LAVATORIO DE LOS PIES-POEMA

Jesús lava los pies a la humanidad.  F. Googel

-El jueves, antes de ir a sufrir la pasión, Jesús, que estaba cenando con los suyos, «se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoles con la toalla que se había ceñido». Y uno de los discípulos, con los años, recordaba, emocionado, todo esto así:

Contaba Juan que Jesús,
“habiendo amado a los suyos,
que estaban en el mundo”
(tú, yo, el amigo, el que no lo es,
el traidor, el oficialmente bueno,
el oficialmente malo, el más pobre,
el que lo es menos, el que tú sabes,
el que Dios sabe, todos),
“habiendo amado a los suyos,
los amó hasta el extremo”.

Y oía al pueblo decir:
¡Te amó, me amó, nos amó!

Y recordaba:
“Estaban cenando y Jesús,
sabiendo que el Padre
había puesto todo en sus manos,
se levanta de la cena,
echa agua en la jofaina
y se pone a lavarles los pies a los discípulos”.

Y seguía oyendo al pueblo:
Es decir, se pone a lavar los pies
a ti, a mí, al amigo, al que no lo es,
al traidor, al oficialmente bueno,
al oficialmente malo, al más pobre,
al que lo es menos, al que tú sabes,
al que Dios sabe, a todos.

Siguió recordando:
“Cuando acabó de lavarles los pies,
les dijo: ¿Comprendéis
lo que he hecho con vosotros?
Pues si yo, el Maestro y el Señor,
os he lavado los pies,
también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros”.

Para oír otra vez al pueblo:
Es decir, tú a mí, y yo a ti;
y tú y yo, al amigo, y al que no lo es,
y al traidor, y al oficialmente bueno,
y al oficialmente malo, y al más pobre,
y al que lo es menos, y al que tú sabes,
y al que Dios sabe, a todos.

Y, al recordar, se dijo a sí mismo:
Lavar los pies. ¿Estamos dispuestos?
¿Atarearnos con Jesús
en este acto de amor?

Y oyó de nuevo al pueblo:
Lavar los pies,
enjugar las lágrimas,
dar la mano al de manos limpias,
y al de manos sucias;
besar las llagas del bueno
y del oficialmente malo;
ceder el paso al pobre
y al que lo es menos;
dar una palabra de aliento
al que te estima
y al que te niega el saludo;
abrazar el bien
y rezar por el mal.

Y terminaba Jesús:
“También vosotros
debéis lavaros los pies;
lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también hacerlo conmigo”.

Y el pueblo, emocionado, dijo:
¡Amén!
Y amén, Diario, digo yo (10:19:59).

miércoles, 8 de abril de 2020

8 de abril de 2020. Miércoles.
LA BIENAVENTURANZA DEL SERVICIO

Carecer de piedad, es la pobreza más destructora. El Roto. El País

-«El cristiano existe para servir», ha dicho el Papa Francisco. Servir es ponerse en las manos y la delicadeza de la madre para atender al hijo enfermo. O llorar en las lágrimas del hijo que ha despedido a su padre en la estación de la muerte sin haberle podido dar un beso. O ponerse en el hospital la bata, la mascarilla y los guantes, y cuidar al enfermo como Jesús a los leprosos, tocándolos, dejándoles un rasgo de humanidad, una palabra, mirándolos con ojos de madre, o de amigo, con gemido. O andar con la fregona higienizando centros de salud o con la manga desinfectando lugares públicos, sin un mal gesto, con fidelidad sagrada a su oficio. O el transportista que conduce horas y horas al volante, con su familia en casa, y sin tiempo a veces para degustar un café, o dar una cabezada. O el que lleva o trae recados, como voluntario o por una propina, depende de la voluntad del servido para que la propina sea más o menos modesta, más o menos agradecida. O el que atiende a un anciano, y lo limpia, y le lleva la cuchara a la boca, y le habla con palabras amables, y le dice «amigo» o «padre», o «qué bien te encuentro», y lo deja con la sensación de haberle alegrado un poco la soledad. O el que, tras la mampara o la mascarilla, atiende al cliente en la farmacia, en la panadería, en los supermercados, y tratan de apaciguar así la enfermedad o el hambre de pan, haciéndose samaritanos del necesitado (y tirado) a la orilla del camino. Ahora pienso en lo que dijo Jesús: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia», o la bienaventuranza del servicio: pues «se existe para servirse» (12:05:42).

martes, 7 de abril de 2020

7 de abril de 2020. Martes.
DURA BATALLA

"¡Es primavera!", dice el tulipán con alegría. Estambul. Turquía. 

-Seguimos en casa, como pajarillos en sus nidos; pues la casa, según Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), es lugar de salvación, refugio seguro, castillo protector contra el caos. El caos, que hoy es un virus, pero que mañana puede ser una guerra, o una caída inesperada, o el alocado modo de avanzar temeraria y descontroladamente la humanidad. Decía Antonio Gala, que la «casa es el lugar donde uno siempre es esperado», y celebrado. La casa es el lugar de los bellos y emotivos reencuentros. O la casa del padre, decía el hijo pródigo. «Me levantaré e iré a mi padre», a mi casa, donde me aguarda el amor. Aunque haya un hermano envidioso y disgustado que proteste. La casa es el hogar alrededor del cual toman asiento los que se quieren y se miran con ojos pacíficos, y se cuentan cosas íntimas junto al fuego. Recuerdo Casas Nuevas, mi primer destino sacerdotal. Cuando llegabas a una casa y, frente a la lumbre en el hogar, te ofrecían un poco de vino y conversación, podías estar seguro de que allí tenías amigos. «Hogar es donde habita el corazón», significaba Plinio el Joven, gobernador romano. Veinticuatro días encerrados ya; y en dura batalla, aunque pacífica, con este virus, que sin dejarse ver, ataca y mata, y se reproduce a una velocidad de vértigo. Esperamos vencerlo, Diario, pero, hasta que llegue esa anhelada victoria, cuánto mal está haciendo el antipático y malhadado bicho (18:48:39).

lunes, 6 de abril de 2020

6 de abril de 2020. Lunes.
OTRA PANDEMIA

Agua de lluvia en el árbol. Lagos de Plitvice, Croacia

-He descubierto que existe otra pandemia (colateral a esta del coronavirus), y que nos la han impuesto, sin parpadear, las advertencias sanitarias. Entre las cosas que nos dicen: «No hagas esto, prívate de lo otro» (al fin todo consiste en prohibiciones: más que las del Decálogo), sin embargo, esta ha sido la que más éxito ha tenido. Ni la de no salir, no exponerte a la brisa ni a las personas (contaminan, dicen; ¡ah, la brisa y las personas!), evitar hablar a menos de un metro y medio ¿(por qué no hablar con el lenguaje de La Gomera: por medio de silbos, digo?); es decir, confinamiento total. Todo comprensivo y asumible, y aun digerible. La salud (ese don imponderable) nos lo exige. La salud por encima del dinero, del poder, del prestigio. Al fin y al cabo, es la vida. Sin vida, nada vale nada, todo es inútil, superfluo, ruina. Los gorriones, las palomas, los mirlos, señores de la calle, de los árboles. Libres como las nubes del cielo. Bajan de los tejados y comen en el suelo, mínimas cosas que ellos saben distinguir. Pues lo que decía: existe otra pandemia, ésta protectora y útil, benéfica: la de lavarse frecuentemente las manos. El jabón (se ve que el virus viene de la suciedad) la más eficaz medicina contra el Covid-19. Con el agua. Como en el bautismo, el agua lava, purifica, da vida. El agua, Diario, es gracia, sin ella nace y se hace duna insegura y variable el desierto, lugar de alacranes; con el agua, oasis protector (12:55:08).

domingo, 5 de abril de 2020

5 de abril de 2020. Domingo.
AUNQUE PAREZCA NO ESTAR

Palmas en la noche, del alma. Torre de la Horadada.

-Tras esta pandemia, el mundo será otro. ¿Mejor, peor? Creo que será más solidario, más cercano, con más hermosas miradas cruzándose entre las gentes en señal de amistad. Será un mundo, así lo espero, más espiritual, más dado a la vida interior, a ese paisaje íntimo y esencial de nuestro ser, donde nos encontramos con nosotros mismos y nos conocemos mejor. Hoy, Domingo de Ramos, no habrá palmas en las calles, ni ramos de olivo, ni hosannas al que viene en el nombre del Señor, ni la entrañable imagen de Jesús montado a lomos de una cariacontecida y tierna borriquilla. Ni habrá niños absortos contemplando esa imaginería misteriosa que camina al ritmo de los latidos de su corazón. Es decir, pausadamente, con la lentitud de la mano de la madre que se posa en la frente del hijo con fiebre. Este año todo eso se suprime, digamos (con todo respeto) que se ha desmontado el circo, la apariencia, pero no el espíritu de la fiesta. En cada uno de nosotros caminará la fe haciendo el milagro de ver a Jesús entrando en Jerusalén montado en su humildad, en su ofrenda, en su servicio a la humanidad. Y caminará acompañado de lo mejor de nosotros mismos, como uno más, a nuestro lado, diciéndonos: «Ama a tu prójimo como yo os he amado». Esos han sido, Diario, el ramo de olivo y la palma que hoy hemos llevado en las manos de la fe, ante el Cristo que pasaba, «aunque pareciera no estar» (17:51:55).

sábado, 4 de abril de 2020

4 de abril de 2020. Sábado.
SILENCIOS

Un corazón en el cielo, señal de liberación. Casa Sacerdotal. Murcia

-El coronavirus anda por el mundo como un silencio poderoso que va dejando acta de su presencia, matando. Mata y se marcha, sin otro ruido que el de la muerte y su cohorte de mudez. Afonía trágica. Es tan silencioso como un libro o la sombra del árbol, pero infinitamente más dañino. Hay silencios que destruyen y silencios que instruyen. Por ejemplo, matan los silencios de los ojos del tigre mientras eligen su presa, e instruyen los garabatos de las líneas escritas del libro, que, en tanto las descifras leyéndolas, te van dando sabiduría y belleza, y una ética, o moral, con la que vivir en paz contigo y con el vecino más próximo. Tu prójimo. Hay silencios que gritan y otros que reptan como el de las serpientes. El silencio del coronavirus repta y muerde, y deja la herida, que, si no mata, tardará en cicatrizar. No hay grito más hermoso y silencioso que el del libro, que calla y espera a ser abierto para darnos su opinión y luz sobre las cosas, sin forzarnos, siempre en libertad. Y con el silencio de los libro, el silencio de Dios, al que, en esta infeliz pandemia,  me aferro, y le hablo, y dialogo con él, e intento entenderlo, y que me entienda, y obrar en consecuencia; es decir, proteger al prójimo y protegerme yo. Me quedo, pues, Diario, con el silencio de los libros y el silencio de Dios, tan elocuentes (18:24:59).