13 de abril de 2020. Lunes.
EL CORONAVIRUS Y
EL ASCENSOR
Escalera: ascensor antiguo. Rumanía. |
-En
una casa de ocho pisos el ascensor es fundamental y necesario para ascender y
descender. Es como si un ángel nos llevara en las palmas de sus manos, y nos elevara
al cielo –al 8º– y nos bajara a un infierno sin fuego –el -1. (Donde queda el
garaje). Yo me imagino al ascensor como un aleluya que exalta y un miserere que
hunde. Pero siempre sirviendo. El de la Casa es un viejo ascensor, que,
subiendo o bajando, chirría siempre, pero que, dando antes dos tironcitos,
acierta a dejarte con suavidad en el piso adonde vas. Ahora está desorientado:
apenas se usa. Y eso a pesar de ser un artilugio al que nunca hablamos, lo utilizamos sin percatarnos de que existe, como le
suceden a nuestros zapatos, al cepillo con el que nos sacudimos al salir, o a
la cuchara con la que nos llevamos el guiso a la boca. Yo de vez en vez, cuando lo usaba, le solía decir: «Hola, viejo», y él, desde sus cables y poleas fatigadas, acostumbraba a
responderme con un ronquido amable de
agradecimiento. Hoy lunes, con la carga del coronavirus intentando quitárnoslo
de encima, y el gozo de la Pascua de Resurrección, hago un propósito: hablarle más al ascensor, y al libro que leo, y a la almohada en la que descansan mis sueños, y al
gorrión que veo saltar de árbol en árbol. Es decir, a todo aquello que hace
posible que la viva me sea agradable y no aburrida. Y de este modo, Diario, aprenderé a
agradecer a las personas y las cosas que me sirven, lo mucho que las estimo y el
reconocimiento que me merecen. Gracias por todo, personas, cosas que me ayudáis a sonreír,
y a soñar, y a vivir, gracias (12:56:19).
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