sábado, 11 de abril de 2020

11 de abril de 2020. Sábado Santo.
LA MORADA DEL DOLOR

La Cruz siempre, en iglesia escavada en la roca. Valle Göreme. Turquía.

-Y quedó ahí, en la Cruz, como un señuelo de paz, de dolor, de libertad. Con los ojos caídos, cegados por la sangre, pero, desde el interior –ese mundo enigmático, velado–, mirando al cielo. El dolor terrible de Jesús, anclado en la dirección de todos los vientos. El dolor es libertad si se abre al espacio y logra salir de uno y hacerse luz y fortaleza en el otro. Con el dolor se libera el sufrimiento, y se hace salvador. Es el misterio de la cruz: depositar el dolor de la cruz en las manos de Dios y que él lo transforme en lugar de salvación. Es lo que he pretendido expresar en este poema, que he titulado:

LA MORADA DEL DOLOR

 Es el dolor –¡ya sé, ya sé!–, que llama;
 y: «¡No estoy, no estoy!», digo. Pero insiste
 la daga de su luz. Su ciervo embiste
 mi corazón, que en llanto se derrama.

 Mas le abro, y soy dolor con él y llama
 de vida que me llama, y no estoy triste,
 aunque sea el dolor el que me viste
 de extraña claridad. De rama en rama

 aleteo el dolor es, vuelo y caída,
 que solo cuando muere él enmudece.
 Mas te quiero, dolor, luz encendida,

 hoja nueva, afirmación renovada.
 Ven, dolor, a mi casa, que anochece:
 quédate en ella y salva mi morada.

El dolor, Diario, mi morada, tu morada, nuestra morada natural, en la que vivimos, y de la que un buen día saldremos purificados, liberados (12:07:24).

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